Opinión | Arenas movedizas
Extinción humana voluntaria
El planeta ha superado los ocho mil millones de habitantes. Ante la afirmación de que «no cabe un tonto más», los expertos aseguran que sí, que los humanos somos el problema, pero también la única solución
"¿8.000 millones de habitantes son una carga aceptable para el planeta?" / ShutterStock
No cabe un tonto más. La frase, por manida, ha perdido parte de su gracia, pero aún nos la encontramos de vez en cuando salpimentada en las redes sociales cada vez que un usuario trata de menospreciar a otro por determinadas actitudes y comportamientos. Pues resulta que sí, que cabe alguno más, tonto, listo o cuartomenguante.
Acudo al acto del VI aniversario de The Conversation, una plataforma divulgativa que, en colaboración con universidades de todo el mundo, remite cada día una newsletter con el análisis de profesores, catedráticos, científicos, investigadores y expertos de contrastada solvencia que tocan a diario los más distintos palos de la actualidad. Copio y pego los temas propuestos hoy para que se hagan una idea (algunos de ellos pueden encontrarlos en este periódico): ‘Descubriendo el ejército invisible: el papel del sistema inmunitario en la lucha contra el cáncer’; ‘Los misterios de la conciencia: un viaje por las grandes preguntas’; ‘Los trabajadores prefieren poder trabajar unos días en la oficina y otros desde casa’; ‘El marketing oscuro de los estafadores en internet’; ‘Quesos de leche cruda: ¿contienen antibióticos y bacterias resistentes?’; ‘Motivar a un adolescente: las claves que nos da la neurociencia’.
Llego justo en el momento en que interviene Xurxo Mariño, doctor en Ciencias Biológicas y profesor de la Universidad de A Coruña. Está hablando en ese momento del comportamiento cerebral de personas que han nacido ciegas y sordas: de niños salvajes que no han tenido durante años contacto alguno con ningún otro humano; de hermanas gemelas que jamás han conocido a otras personas y una se ve reflejada en la otra y viceversa, sin que exista un ‘tú’. Las dos son un yo. Uno escucha esas cosas y ya no puede dejar de prestar atención.
A Mariño le sucede una conversación a dos bandas entre Ignacio López-Goñi, catedrático de Microbiología y director del Museo de Ciencias Universidad de Navarra, y Marga Sánchez Romero, catedrática de Prehistoria en la Universidad de Granada. Ésta última estudia a las mujeres en la prehistoria para entender los distintos roles por los que ellas han pasado a lo largo de los siglos. En la constatación de que en las pinturas rupestres solo aparecían hombres se encuentra toda una tesis sobre las desigualdades futuras. Posiblemente, el machismo comenzó en una cueva. Quizá el feminismo también.
En el turno del público, a López-Goñi le descerrajan a bocajarro la madre de todas las preguntas: "¿8.000 millones de habitantes son una carga aceptable para el planeta?" El microbiólogo está ágil en la respuesta: "Sí, es una carga aceptable", y alude a las numerosas zonas despobladas que aún perviven en el mundo. Es decir, nos quedan los polos y varios desiertos donde aún cabe más gente, tontos o no. Y el ponente recuerda la existencia del llamado Movimiento por la Extinción Humana Voluntaria, un colectivo ambiental que llama a la humanidad a dejar de reproducirse para causar así la extinción gradual y motu proprio de la población del planeta. Considera el Movimiento que "un descenso en la población reduciría una cantidad significativa de sufrimiento ocasionado por el ser humano". La extinción de otras especies y la escasez de recursos constituyen la evidencia del daño ocasionado por la sobrepoblación. No cabe un tonto más, pensarán algunos, y sin embargo, algunos defensores de esta teoría de la extinción a voluntad han recibido hasta distinciones en suelo español. La Generalitat de Catalunya condecoró en 2009 al biólogo Paul Ehrlich, que mantiene que "sobra gente en el planeta y quien tiene más de dos hijos debería ser visto como un peligro".
No solo cabe mas gente, viene a decir López-Goñi, sino que si bien es cierta la idea general de que la historia se construye y evoluciona a partir de guerras, hambrunas y cambio climático, lo que en un momento de decaimiento justificaría la existencia de ese Movimiento, no es menos cierto que es la humanidad la que acaba con la guerra a través de tratados de paz; extingue las hambrunas gracias a planes de alimentación o de formación en los territorios del planeta más afectados; o es capaz de concienciar sobre las consecuencias de la crisis climática, lo cual va un paso por delante de lo que jamás se pararon a pensar nuestros abuelos y, mucho antes, los habitantes de la cueva.
Conque sí, caben decenas de tontos más, tantos como personas se preocupen en solucionar los grandes asuntos de planeta. La humanidad constituye el problema, pero también es la única solución. Quizá no valga la pena extinguirnos. De momento.
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