Opinión | Tribuna
Peatonalizar: más que una acción estética
Han pasado más de seis décadas desde que se iniciara en Sevilla el gran proyecto de asfaltado de sus calles. Durante los años del desarrollismo, la democratización del automóvil generó la necesidad de que las vías urbanas se adecuaran a los requerimientos del vehículo privado, que comenzaba a invadir las calles. El asfalto se popularizó como la mejor solución para optimizar la experiencia de la conducción. Poco a poco se fueron eliminando los tranvías eléctricos, que habían constituido el principal medio de transporte público desde 1899, y sus vías se fueron cubriendo progresivamente de capas de asfalto, confiándose la circulación por la ciudad en expansión al coche y al autobús.
Con el paso de los años y el crecimiento desmedido del automóvil, al que se había volcado la ciudad, llegamos a una situación extrema. Las generaciones actuales conocemos bien la ciudad dominada por el asfalto. Imaginamos fácilmente calles del centro histórico que reducen el espacio de paseo a un patético recorrido en fila india por sus estrechos márgenes, cediendo toda su sección privilegiada a un coche que, en ocasiones, ocupa una única persona. Conocemos también de buena mano el olor amargo del humo y el sonido del claxon en un atasco a hora punta, o la sensación desoladora de cruzar un paso de peatones de cuatro carriles a 40º bajo el sol.
Estas imágenes y experiencias, que constituyen no-lugares representativos de la ciudad contemporánea en el imaginario colectivo, se dibujan en nuestras mentes con todas las connotaciones negativas, borrando automáticamente las bondades ingenuas que visualizaron sus promotores. Tanto es así, que asistimos hoy en día a un nuevo paradigma que busca revertir esta situación en aras de la sostenibilidad y la calidad de vida, cambiando el modo de desplazarse en la ciudad y priorizando el uso del espacio público por las personas –todas las personas–: la peatonalización ha venido a salvarnos.
Sevilla ha vivido en las últimas décadas importantes peatonalizaciones exitosas que han reconfigurado la imagen de características vías urbanas: la avenida de la Constitución, la calle Tetuán, Asunción, San Jacinto, la plaza de la Magdalena o la avenida de la Cruz Roja, entre otras muchas. Lo curioso es que ninguna de estas propuestas estuvo exenta de duras críticas. En los últimos días se han anunciado nuevos proyectos de peatonalización prometedores para la ciudad, como el Duque y la Campana, o las calles trianeras Betis y Pureza ¿Comenzarán generando la misma desconfianza que sus predecesoras? ¿a qué se debe esta dinámica del rechazo recurrente?
Para contestar a esta pregunta debemos pensar que un proyecto de peatonalización no consiste exclusivamente en un cambio de pavimento para obtener una mejora estética, aunque en muchas ocasiones se ha llevado a cabo de esta manera, y de ahí su mala prensa. Es algo mucho más complejo: un proyecto de peatonalización es un reto social.
La calle es el lugar donde se desarrollan los hábitos y rutinas de los vecinos y vecinas; es el lugar de encuentro y el espacio común. A la vez, la calle es el conector del barrio con otras escalas de la ciudad. Este es el motivo por el que los proyectos de peatonalización deben desarrollarse desde una óptica más amplia que la propia calle y siempre de la mano de la ciudadanía. Es fundamental atender a sus preocupaciones y expectativas, llevando a cabo acciones adecuadas de educación, concienciación, información y consulta.
Es esencial comprender que peatonalizar una calle implica transformar las dinámicas sociales y el funcionamiento del barrio. La peatonalización de una calle puede revitalizar un área urbana, promoviendo la actividad comercial local, favoreciendo la convivencia, reduciendo la contaminación, disminuyendo la sensación térmica en verano o fomentando un estilo de vida más saludable y apto para los segmentos más vulnerables de la población. Sin embargo, si no se realiza una planificación que ponga en el centro de las decisiones a los residentes, puede generar rechazo y problemas graves como la falta de accesibilidad, aislamiento, inseguridad, desplazamiento de actividades tradicionales o incluso, a la larga, de la población local.
Por lo tanto, la participación ciudadana es crucial para integrar a la comunidad en las decisiones que afectan al lugar en que el habitan. La peatonalización de una calle debe ir acompañada de un plan estratégico más amplio, que no se limite a abordar los problemas evidentes relacionados con la falta de aparcamientos y la movilidad –por supuesto imprescindibles–, sino que vaya más allá, incluyendo criterios sociales, a menudo olvidados. Esta es la única vía para garantizar que la transformación del espacio público contribuya a construir ciudades más inclusivas, sostenibles y habitables: las verdaderas ciudades del futuro.
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