Opinión

Cómo ser mi peor versión

Asisto a lapidaciones contenta de no ser la víctima, me entero de lo que no es de mi incumbencia. Interactúo lo menos posible para no acabar escaldada y me limito ha hacer de mirona

Cómo ser mi peor versión / ELISA MARTÍNEZ

De repente me veo a mí misma odiando a una persona que no conozco de nada. Peor aún, me lío a investigar en lo que ha dicho antes de eso que me ha molestado tanto, y descubro lo obvio, que está en mis antípodas y que defiende de una forma chulesca y maleducada todo lo que rechazo, así que le deseo mil desgracias. He perdido diez minutos de mi vida. Si no fuera porque sostengo un teléfono en la mano ni sabría que existe un prójimo tan detestable como ese que ha conseguido alterarme.

Hay infinidad de seres humanos diciendo cosas terribles, idiotas, peligrosas, malvadas o falsas en todo el mundo y yo, que tengo la suerte de no estar sentada en la mesa con alguno de ellos, les doy cancha voluntariamente desde internet para que me cabreen todavía más. Ahora estoy de un humor de perros y lo voy a pagar con los que tengo a mi alrededor, si se atreven a acercarse. Me doy cuenta de que las redes sociales sacan lo peor que tengo: ira, envidia, acritud, desprecio. Y yo les dejo.

Asisto a lapidaciones contenta de no ser la víctima, me entero de lo que no es de mi incumbencia. Interactúo lo menos posible para no acabar escaldada y me limito ha hacer de mirona. Cotilleo. Le dedico un tiempo que no tengo a contenidos procedentes de anónimos o cuentas basura. Bravo, me acabo de acordar de la madre de alguien que no existe; me ha desestabilizado un tipo que le da a una tecla en un sótano de Asia porque le pagan una miseria por hacerlo. Para que me bajen las pulsaciones, enlazo vídeos cortos de gente que limpia alfombras, o restaura sillas, o se cae por la calle, o de animales monísimos. No me reconozco. No sé por qué maltrato mi cabeza de esta manera.

Estuve todo el mes de vacaciones a cero de redes sociales y no pasó nada. Ni síndrome de abstinencia, ni falta de entretenimiento, ni me quedé sin saber algo imprescindible, pues por suerte el presidente del Gobierno Pedro Sánchez no envió ninguna importante carta a la ciudadanía a través de estos canales. Ahora las abro con aprensión por motivos laborales y veo al ministro socialista Óscar Puente jugando al golf mientras lanza un exabrupto, y leo con horror al alcalde del PP de Badalona Xavier García Albiol exponiendo mensajes racistas y señalando a pasajeros de un ferri como futuros delincuentes.

Siguen siendo una vía perfecta para que circule el odio, como ha demostrado estos días el terrible asesinato de un niño de once años en Toledo a manos de un joven con discapacidad y problemas de salud mental. El portavoz de la familia de la víctima, que salió a pedir cordura ante la avalancha de bulos racistas que suscitó el crimen en la fase inicial de la investigación, recibió a su vez un linchamiento brutal, con toda su biografía y trayectoria laboral en la picota a base de mentiras. Sin misericordia. Un dolor añadido a la enorme desgracia de esas personas, que en la peor de las situaciones han demostrado dignidad y respeto por la verdad admirables.

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Qué necesidad de soportar las peores intenciones de personas turbias en un momento aciago. Hay que ponerles coto, aislar a sus autores. Lo sabía la señora Maria Branyas, la persona más longeva del mundo , que falleció, el lunes a los 117 años en Girona. De naturaleza optimista y afable, con gran capacidad para superar las vicisitudes de su larga biografía, contestaba en una entrevista sobre el secreto de su supervivencia que vivía con sencillez, y que mantenía "lejos a las personas tóxicas". Desde luego, no las iba a buscar a cada momento en una aplicación del móvil.