Opinión | El trasluz

A ver si se despiertan

Como alguien no pare a los talibanes, acabarán ahorcando a las mujeres de una grúa por el hecho de serlo

Un grupo de mujeres en Afganistán.

Un grupo de mujeres en Afganistán. / EFE

Lo último que los talibanes han prohibido a las mujeres es la voz. Ya no pueden usarla, en la calle al menos. Pronto se les penalizará hablar también en las cocinas en las que pretenden recluirlas. Quizá no tarden en declarar ilícito el hecho de nacer mujer porque hay delirios que no tienen freno, solo acelerador, de ahí su peligro. Lo sé porque soy un poco delirante, aunque he hallado el modo de viajar de mis fantasías extáticas a la realidad, y viceversa, sin que ninguna contamine a la otra. Es parte del trabajo del novelista. Las novelas, que en gran medida son alucinaciones controladas, se escriben a veces en situaciones extremas. Con un hijo enfermo en la habitación de al lado, por ejemplo, de modo que tienes que desplazarte de la fantasía del relato a la realidad del jarabe para la tos en cuestión de segundos.

Resulta conveniente, en fin, distinguir cuándo se encuentra uno en el delirio y cuándo en la realidad. En el momento en el que los dos territorios se confunden estás perdido, estamos perdidos. La noche pasada, por ejemplo, soñé que me había dejado barba. Y que no me gustaba porque, lejos de ocultar mi rostro, paradójicamente, lo dejaba al descubierto. La barba, en fin, me proporcionaba un aspecto algo facineroso que constituía la condición verdadera de mi alma. En el sueño, pensaba en personas que se la habían dejado últimamente, quizá para volverse otros, y lo que les ocurría en cambio era que, sin darse cuenta, se volvían ellos mismos. Me vino a la mente, de manera especial, un conocido que lucía desde hacía meses una hermosa perilla que le alargaba el rostro de forma quijotesca, o eso creía él, y que, a la luz de lo onírico, denunciaba un intento fallido de superioridad intelectual.

Preocupado por mi propia barba, en fin, me levanté de madrugada dispuesto a afeitármela y al llegar frente al espejo advertí que no la tenía. Durante unos minutos confundí el delirio soñado con la realidad real. Pues eso es lo que les ocurre a los talibanes, que están llevando a la realidad, por medio de la fuerza bruta, el sueño loco de construir una sociedad compuesta únicamente de hombres barbados. Como alguien no los despierte o no los pare, acabarán ahorcando a las mujeres de una grúa por el hecho de serlo.

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