Opinión

Un turismo equilibrado

Turistas en Sevilla. / EFE

Hace años le dije al alcalde de Sevilla: “Esta ciudad no tiene un parque temático en la Isla de la Cartuja, la ciudad es un parque temático en sí”. Pronto, lo hemos visto: la pizzería cercana a mi casa del Alabardero en la Calle Zaragoza, la heladería Gloria y Rositas, Maspapeles, Cuadros Velázquez y todos mis vecinos nos hemos convertido en emplazamientos y actores de la película del día a día sevillano que se proyecta en el centro de una ciudad poseída por el turismo.

Cuando ando hacia la Plaza Nueva o voy temprano a comprar el pan a Reyes Católicos, me fotografían porque el turista necesita el paisanaje en el paisaje, que diría Unamuno. Sin las personas que reflejan la identidad del vivir y el sentir, la ciudad se convierte en un mero photocall para Instagram. Nadie saca tickets para verme. Mis vivencias y experiencias en la ciudad no forman parte del all inclusive del viaje vendido en una agencia de Oklahoma o Manchester.

¿Cómo mantener mi esencia? ¿Cómo seguir disfrutando del desayuno de un mollete con aceite o manteca colorada con chicharrones, mientras el tiempo transcurre lento y calmo y la luz inunda la calle? Yo sigo buscando en mi Judería.

¿Cómo escapo del monopolio de productos en serie que ignora los tomates de Los Palacios y los aceites de las almazaras sevillanas? Tengo que refugiarme, ante el turismo masivo y desordenado, en la taberna de mi barrio, en la hermandad o en la peña.

Por otra parte, el cambio climático es ya evidente y el respeto por la sombra y el botijo ha pasado al matrimonio con la inteligencia artificial. Es inevitable. Si quiero tener agua debo convivir con la placa solar. Quien quiera hablar con sus nietos y no perder el lugar de sus afectos tendrá que aprender a mandar besos con el dedo, a través del móvil.

Acostarse o levantarse con Alsina o Herrera es inevitable para romper mi soledad. Los encuentro en la intimidad del hogar supliendo a mi nani. Y, cuando llega el mediodía, esté en el lugar del mundo que esté, sigo encontrando siempre el pulso de la ciudad en la voz de Salomón Hachuel.

El turismo me supera, me ha desequilibrado. Es necesario buscar fuera de la ciudad nuevas arterias. La España vaciada llena de monumentos e historia por reconstruir es ahora, más que nunca, un atractivo fundamental. Para eso se necesitan cabezas capaces de crear sobre castillos y abadías solitarias un mundo nuevo en el que colaboren las instituciones públicas y el emprendimiento privado. Reconstruir debe ser la consigna. Reconstruir y hacer nuevas las viejas cosas de siempre para atracción del resto del mundo. España está por descubrir. Aún quedan lugares, olores y sabores atractivos para un turismo equilibrado y que sea una fuente de riqueza en el sentido más amplio de la palabra. Sevilla tiene aún, en su historia y su presente, la posibilidad de escribir un nuevo futuro. 

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Luis de Lezama es fundador de la Escuela Superior de Hostelería de Sevilla.

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