Opinión | El trasluz

Qué lástima

No leo editoriales sobre el sexo ni tertulias radiofónicas sobre el sexo ni telediarios sobre el sexo

Una pareja joven. / Shutterstock

Observo con sorpresa la escasez de manifestaciones públicas que agradezcan la existencia del sexo. No hay apenas loas al polvo de los domingos por la mañana, antes de que se despierten los niños, ni al de los adúlteros o adúlteras, practicado en pisos prestados o en hoteles, ni al polvo rutinario, aunque estimulante, de los matrimonios cansados de sí mismos, ni al de media tarde, en la cocina o en el recibidor, aquí te pillo y aquí te mato. Tampoco leo demasiadas manifestaciones de gratitud a las poluciones nocturnas ni al onanismo urgente de los cuartos de baño, ni a la pansexualidad que recorre el cuerpo a veces tras el agotamiento genital. Comprendo el malestar que proporciona la sospecha de que se folla siempre para otro, no sabemos quién, pero aun así las migajas que nos deja esa práctica posee, además de su valor en sí, un valor añadido que debería ser objeto de más conversaciones. No leo editoriales sobre el sexo ni tertulias radiofónicas sobre el sexo ni telediarios sobre el sexo. Si acaso, algunas bromas no siempre de buen gusto, algunas groserías insoportables, algunas insinuaciones descorteses, toscas, rudas, brutales.

Nos hablan mucho del Ibex 35, ya ves tú. ¿Cuánta gente se siente concernida por ese Ibex? A mí me importa una higa el Ibex 35, lo mismo que el 90, que no tengo ni idea de si existe, quizá sí. Poca gratitud, muy poca, hacia las lenguas que, a lo largo de la vida, se han introducido en tu boca o hacia las bocas en las que se ha introducido desesperadamente la tuya. A falta de versiones, se multiplican las perversiones sexuales de las que hablan los periódicos y habla la tele porque muchas de ellas cursan con dolor, y el dolor sí que es una noticia.

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¿En qué negociados se esconden los poetas que deberían platicar acerca de lo que son capaces de ejecutar unos dedos hábiles (incluso torpes) en los bajos propios o del otro? ¿A qué esperan para recomendar a los adolescentes y a las adolescentes que no hagan caso del diccionario, según el cual, el pene es el “órgano masculino del hombre y de algunos animales que sirve para miccionar y copular”, y, la vagina, el “conducto muscular y membranoso de las hembras de los mamíferos que se extiende desde la vulva hasta la matriz”? Si solo fueran eso, Dios mío, ¿qué interés íbamos a tener en los ricos penes y en las sabrosas vaginas? Es una lástima, en fin, que el sexo solo sea actualidad cuando, como los trenes, descarrila.