Opinión | ARENAS MOVEDIZAS

Ni el tenis se libra

La viralización de altercados en competiciones deportivas se extiende a disciplinas hasta ahora señaladas con el aura de la nobleza

Novak Djokovic rompe su raqueta durante una eliminatoria de la Copa Davis contra el tenista francés Gael Monfils, en el Belgrado Arena (Serbia), el 5 de diciembre de 2010 / EFE

Desde los tiempos de John McEnroe no veíamos a tanto tenista enfurecido. En tiempos en que el norteamericano rivalizaba con su compatriota Jimmy Connors, el sueco Björn Borg o el checo Ivan Lendl, McEnroe poseía la exclusiva del cabreo desaforado, de los desplantes al juez de pista en discusiones interminables en tiempos anteriores al ojo de halcón, el mango de las raquetas convertido en bomba de racimo hasta ‘decorar’ la tierra batida con una alfombra de astillas. Se metió tanto en el personaje que al final resultaba difícil reconocer dónde acababa el tenista y dónde comenzaba el showman. Demasiada testosterona para un deporte en el que no existe el contacto directo entre contendientes.

Lo que antaño constituía una situación excepcional y estrambótica comienza a ser una constante en las principales canchas de tenis del circuito, ya sea de Grand Slams, de Master 1000 o ATP. En el Master 1000 de Shanghái, el norteamericano Frances Tiafoe se dirigió al árbitro con un «que te jodan. Me has jodido el partido», como queriendo decir. En el mismo torneo, el suizo Wawrinka falló un punto y destrozó la raqueta con su propia rodilla. En un partido reciente, al ruso Medveded se le cruzaron los cables y lanzó la raqueta contra la grada. El alemán Zverev llegó a golpear varias veces la silla del árbitro tras perder el partido. Carlos Alcaraz, del que los expertos en este deporte destacan, entre otras virtudes, su sangre fría, destrozó la pala contra el suelo durante un torneo en Cincinatti. Este ránking de frustración no contenida está encabezado por Djokovic, que ha roto 67 raquetas en distintos torneos a lo largo de su carrera. Roger Federer, que parecía un tipo sosegado y capaz de mantener el control, hizo lo propio en seis ocasiones. De los grandes de la historia de este deporte, las estadísticas apenas absuelven a Rafa Nadal, que cuando pierde se aguanta.

La viralización de altercados en competiciones deportivas ha acabado extendiéndose a disciplinas que hasta ahora estaban señaladas con un aura de caballerosidad y nobleza, como el tenis, donde algunos torneos obligan a vestir de blanco y se acalla el menor susurro del público para evitar desconcentrar a los jugadores. El ajedrez tuvo una época en que tampoco fue un deporte pacífico, sobre todo en los años de la Guerra Fría, cuando se enfrentaban el soviético Karpov y el exiliado y apátrida Korchnoi, el primero comunista y el segundo huido de la URSS. Cuentan que incluso se daban patadas debajo de la mesa. Nos queda el golf. No parece que Jon Rahm vaya a liarse a palazos con sus rivales. Tampoco es probable que el público de una partida de ajedrez se cite en una cafetería para darse mamporros.

Es posible que a más de uno le sorprenda el auge de las artes marciales mixtas. Nadie, sin embargo, asocia este auge a que los aficionados de Topuria linchen a los de Holloway si los ven por la calle. Algunos medios evitan informar de boxeo y consagran espacio a dos personas zurrándose a cara de perro en el interior de una jaula. Puede parecer chocante. Tan chocante como que jugadores de Primera División se plieguen a dialogar con ultras encapuchados tras obligar a detener un partido o aplaudan a aquellos al final del mismo.

Estamos demasiado acostumbrados a digerir la violencia en el deporte dentro y fuera de los recintos, tanto en las categorías profesionales como en las infantiles. Esa costumbre no presupone que debamos tratar el asunto con la normalidad y ligereza con que los norteamericanos disfrutan de una buena tangana en un partido de hockey.

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No hay más que ver algunas escenas de fin de semana en partidos de alevines, donde padres, madres y entrenadores parecen una barra brava, para advertir que la sociedad tiene un problema muy serio que solo se resuelve con educación y con sanciones ejemplares para clubes y deportistas, da igual si se dedican a jalear a los violentos de un fondo, a protegerlos y patrocinarlos, a romper reiteradamente una raqueta o dirigirse al juez de pista en términos inaceptables. El deporte profesional debe ser un modelo social ejemplar, no convertirse en el desahogo iracundo de quien lo practica.