Opinión | 125 ANIVERSARIO DE EL CORREO DE ANDALUCÍA

Es la hora: vocación, pasión, honestidad y veracidad

Imagen de la exposicion 'Manuel Chaves Nogales. Cuadernos y lugares', inaugurada en la sala Santa Inés en diciembre de 2020. / El Correo

Marcelo Spínola, entonces arzobispo de Sevilla y fundador de El Correo de Andalucía, el 1 de febrero de 1899, en el primer número del periódico escribió: “Ni un solo trabajo, ni una sola línea, ni una sola letra de las que en él se publiquen dejen de encaminarse a la defensa de la verdad y de la justicia”. De eso hace 125 años, y lo decía desde una prensa católica que pretendía moralizar en sus ideas a la población. Hoy, como siempre, en el periodismo, en un contexto político y social mundial de crispación, odio y fango artificial y manipulado con dominio y poder, esa defensa de lo veraz, y de la lucha contra la mentira, es imprescindible para una buena salud democrática de la ciudadanía. Está en juego el necesario pensamiento crítico de la sociedad. Por ello, es la hora de los valores del verdadero y buen periodista y del buen periodismo: vocación, pasión, honestidad y veracidad; los valores de un oficio que es un servicio público esencial. Hay buenos periodistas que hacen buen periodismo, a los que hay que seguir y apoyar, pero también los hay malos, a los que hay que aislar y repudiar.

Según la Real Academia Española (RAE) desinformar es “dar información intencionadamente manipulada al servicio de ciertos fines”, y mentira significa “expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente”. Tomando estas dos definiciones, es evidente que la mentira y la desinformación en el periodismo, con su consiguiente daño y maldad, han existido siempre, pero nunca como ahora. En este tiempo son inmediatas, universales y de enorme repercusión en la ciudadanía alienando mentes. ¿Razones? De partida, la debilidad y la precariedad ética, económica y laboral de la profesión, que colocan a periodistas y a medios de comunicación, que tienen que comer cada día, en manos de los poderes políticos y económicos y bajo el dominio de las redes sociales y de las plataformas digitales, que están fuera de los controles legales y cargadas de inquina y de toxicidad, que no son ni hacen periodismo y que trasladan una realidad adulterada o inexistente. Este ecosistema digital, donde el anonimato y el activismo radical están en auge, sumado a la hegemonía de la Inteligencia Artificial que se impone y a la precariedad del oficio, permite a los poderes fácticos utilizar a su antojo a periodistas y medios de comunicación, y a promover el mal llamado pseudoperiodismo, auspiciado para difundir la desinformación y favorecer intereses espurios.

La realidad es que tenemos periodistas, con o sin titulación o carné, y medios de comunicación, verdaderos o falsos, que, por obediencias y dependencias casi ilícitas o por prostitución profesional voluntaria, se han convertido en activos militantes de la fabricación y difusión de mentiras, bulos, propaganda y desinformación, Y un periodista jamás puede mentir. Es más, si sabe que una persona miente o que un tema es falso no puede difundir esos mensajes y contenidos y tiene la obligación de decir que son mentira. Este mismo comportamiento hay que aplicarlo dentro de la profesión. Tenemos que ser vanguardia en denunciar, combatir y aislar la desinformación generada por periodistas y medios que no es periodismo, y sí otra cosa. Con honestidad y veracidad, usando todos los soportes tecnológicos y estando en todos los ámbitos digitales, tenemos que lograr que la ciudadanía redescubra el periodismo, que lo considere necesario, y que vuelva a creer en lo que le contamos.

Sin atentar contra la autorregulación de la profesión, desde fuera también se puede y se debe hacer mucho por combatir el falso periodismo. A corto plazo hay una esperanza objetiva en la Ley de Libertad de Medios de Comunicación aprobada recientemente por la Unión Europea y, en concreto, en los reglamentos de las leyes de Publicidad Institucional y de Transparencia, que deben ser aplicados por todos los países miembros antes de agosto del año que viene, entre ellos España. Se establece un marco administrativo con medidas contra los periodistas y los medios que mientan, y la ciudadanía conocerá a qué medios va el dinero público y quiénes son sus dueños. Y, además, está la necesaria generalización y desarrollo de la alfabetización mediática y digital en todos los ámbitos de la sociedad, para formar y educar a la ciudadanía, desde pequeñita, a entender de una manera más crítica la información que recibe.

Penalizar la mentira no entraría en conflicto con el derecho a la libertad de información. Una regulación legal adecuada contra la desinformación sería constitucional.

Y no hay que olvidar las posibles actuaciones desde la ley, siempre con absoluto respeto al irrenunciable derecho a la libertad de información y de expresión. El Código Penal español no contempla como delito ni la desinformación ni los bulos. Habría que hurgar mucho para enmarcar ese mal comportamiento en los actuales delitos de odio, injurias y calumnias y contra la integridad moral. Penalizar la mentira no entraría en conflicto con el derecho a la libertad de información. Una regulación legal adecuada contra la desinformación sería constitucional. El artículo 20 de la Constitución fija el derecho a dar y a recibir información veraz, no a una información mentirosa y podrida. En el terreno administrativo, ya hay opciones para actuar contra medios, plataformas y redes, con sanciones económicas que causarían dolor y problemas a los defraudadores de la veracidad, pero no suelen aplicarse (Una honrosa y reciente excepción es la sentencia contra France Soir).

Carlos Gardel, en su Volver, cantó “20 años no es nada”; y Víctor Manuel llamó a la gira de su cincuentenario como músico “50 años no es nada”. Los años son los años. Pasan volando, pero son, y cuentan y pesan. Lo importante es echar vida a los años. María Jiménez decía que la vida son tres días y dos están nublados. Lo ideal es unir y sumar vida y años, y vivirlos. El Correo de Andalucía cumple 125 años. No es nada y es todo. En periodismo es una maravillosa eternidad, ya que difícilmente un periódico diario supera esa edad. La de El Correo es una historia periodística de la mucha vida que ha vivido, con luces y sombras, y con túneles muy largos y negros de los que siempre salió gracias a su profesionalidad y a sus profesionales. Larga vida a El Correo, para que siga siendo una escuela de periodistas formados en el periodismo como un sentimiento de vida y como un compromiso de militancia en la decencia y en la veracidad.

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**Rafael Rodríguez es el presidente de la Asociación de la Prensa de Sevilla

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