Opinión | DANA

Editorial Prensa Ibérica

Un espectáculo dantesco

El Rey Felipe VI y el presidente de la Generalitat valenciana, Carlos Mazón, durante su visita a una zona afectada por la DANA

El Rey Felipe VI y el presidente de la Generalitat valenciana, Carlos Mazón, durante su visita a una zona afectada por la DANA / Rober Solsona - Europa Press

La comitiva oficial que encabezaban los Reyes y de la que formaban parte el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el jefe del Consell de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, sufrió durante su visita a Paiporta, uno de los municipios más afectados por las inundaciones que el martes asolaron la provincia de Valencia, un asalto sin precedentes en la reciente historia democrática. Decenas de vecinos, al grito de “asesinos”, increparon a las autoridades, lanzaron barro, palos y todo tipo de objetos contra ellos, y a punto estuvieron de desbordar el cordón de seguridad que les protegía. El presidente Sánchez tuvo que ser evacuado, después de recibir un golpe. Sólo la actitud de Felipe VI, que dando muestras de una gran entereza no sólo no buscó la protección policial, sino que apartó con gestos contundentes a sus escoltas para dirigirse directamente a quienes le estaban increpando y dialogar con ellos, salvó la situación. Al igual que él, la reina también tuvo gestos de calidez y cercanía, pese a la enorme tensión, que honran lo que representan.

En las horas transcurridas tras el incidente, se han espoleado desde distintos sectores debates no sólo estériles, sino también muy perniciosos. Se intenta señalar como un error la visita real a las zonas afectadas por la catástrofe. Nada más lejos de la realidad. Esa visita era necesaria, porque el jefe del Estado no puede quedar al margen de los padecimientos de los ciudadanos tras un siniestro de las dimensiones del ocurrido con la DANA de Valencia. De no haber ido, se le habría reprochado la ausencia. El Rey no podía esperar más y lo lógico es que su visita se hubiera producido cuando la situación estuviera bajo control. Pero no ha sido el caso y ha tenido que contener personalmente la ira de quienes han sentido la ausencia del Estado.

Aunque algunos la quieran aprovechar en beneficio propio, la indignación que se vio este domingo en las calles de Paiporta es real, no puede zanjarse ni mucho menos con el recurso a las maniobras emponzoñadoras de la ultraderecha o del radicalismo de izquierdas. Hay que combatir ese desamparo que lleva a los ciudadanos a caer en la tentación del extremismo. Una vez más hay que apelar a la responsabilidad de los gobernantes, contra los que se dirigían en primer lugar los abucheos y los intentos de agresión, para señalarles que el camino por el que han transitado hasta aquí, de enfrentamientos y trincheras, no lleva más que a alimentar estallidos sociales como el de hoy. Los ciudadanos necesitan de sus instituciones arropamiento, auxilio y soluciones. Para eso, es preciso una unidad de acción entre gobiernos de distinto signo político, pero a los que se supone unidos en la persecución del bien común y la defensa de los valores democráticos.  Los graves sucesos de hoy no tienen justificación, pero sí explicación. Y hay que tomar nota de ellos.

El respeto a las víctimas de la DANA nos ha llevado a la contención en estos días. Pero se cumple una semana desde que el cielo descargó sobre Valencia y sigue habiendo decenas de desaparecidos y de cadáveres sin identificar, cientos de personas sin suministro de luz, de agua y de telecomunicaciones, miles de personas con la casa enfangada, cientos de empresas inoperativas y, lo más grave, una sensación generalizada de desatención y descoordinación no sólo en la gestión de la emergencia en los primeros momentos, sino en la posterior tarea de auxilio. La ola de solidaridad que ha sacudido España es a la vez síntoma y consecuencia: no habría sido tan intensa de no haber percibido la sociedad que su movilización, al margen de los gobiernos, era fundamental; pero tampoco se está sabiendo encauzar adecuadamente por parte de los responsables políticos y técnicos, haciendo inútiles muchos esfuerzos bienintencionados.

Es evidente que, en este contexto, los vaivenes en las relaciones entre el Gobierno de Pedro Sánchez y el de Carlos Mazón no han hecho otra cosa que ralentizar la organización de los trabajos, revictimizar a los afectados y generar un estado de desánimo generalizado que sólo alimenta los populismos. La comparecencia de ambos presidentes por separado el viernes, en lugar de proceder a una manifestación conjunta que trasladara a los ciudadanos una imagen de unidad y eficacia, no hizo otra cosa que cebar la explosión que se produjo este domingo.

Es imprescindible revisar los protocolos de actuación de coordinación entre las administraciones y evolucionar el Estado de las autonomías para que se incluyan con claridad esos mecanismos de coordinación tan necesarios. En la España y la Europa del siglo XXI no caben los atrincheramientos que no llevan a ninguna parte, resquebrajan en sus propias miserias la necesaria cohesión social y se muestran incapaces de ayudar a los ciudadanos cuando lo necesitan. Una vergüenza.

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