Opinión | Marruecos
Y nosotros a dos velas
No puedo por menos que preguntarme qué hemos conseguido nosotros con nuestro cambio de postura sobre el Sáhara
El rey Mohamed VI de Marruecos y el presidente de Francia, Emmanuel Macron, desfilan en Rabat. / EP
Las elecciones americanas son el próximo martes y he decidido no escribir sobre ellas porque estamos todos un poco saturados y porque su resultado es una moneda al aire. Mejor dejar votar a los americanos y dejar también a otros las tareas adivinatorias, en las que yo no destaco particularmente. Por eso escribo hoy sobre Marruecos, donde las elecciones se celebran con normal regularidad aunque sea el rey Mohamed VI quien de verdad corta el bacalao.
Marruecos acaba de recibir con el fasto y hospitalidad que le son propios al presidente Macron, ratificando así el fin de un desencuentro que desató el francés en julio de 2021, cuando la prensa informó de que su teléfono y los de catorce ministros habían sido espiados por Marruecos con el 'software' israelí Pegasus. Francia trasladó entonces a Rabat y a Tel Aviv su viva indignación en contraste con la muy tibia reacción de España, cuando también don Pedro Sánchez y tres de sus ministros fueron objeto de un ataque similar en plena crisis bilateral con Marruecos, tras haber acogido por motivos humanitarios al líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, que estaba enfermo de covid.
La crisis franco-marroquí fue tal que Rabat rechazó la ayuda de Francia cuando, el año pasado, sufrió un terrible terremoto en el Atlas, poniendo así de relieve que dos años más tarde las relaciones seguían congeladas. Todo cambió este verano, cuando al final de los Juegos Olímpicos y para celebrar el 30 de julio la fiesta del trono de Marruecos, Macron le hizo a Mohamed VI el regalo de seguir la senda abierta primero por Donald Trump, el 10 de diciembre de 2020, al reconocer la plena soberanía de Marruecos sobre el Sáhara a cambio de que Rabat estableciera relaciones diplomáticas plenas con Israel (sin mover un dedo por la causa palestina), y luego también por don Pedro Sánchez, cuando el 14 de marzo siguiente envió una carta al rey de Marruecos (que los españoles solo conocemos parcialmente por cortesía del palacio real marroquí, a pesar de haberla solicitado el Congreso en un par de ocasiones) en la que afirmaba que el plan de autonomía para el Sáhara, que Marruecos había presentado ya en 2007, era “la base más seria, realista y creíble para la resolución de esta disputa”. España abandonaba así la legalidad onusiana que incluye al Sáhara Occidental en la lista de Territorios No Autónomos con derecho a la autodeterminación, que es lo que también acaba de decir el Tribunal de Justicia de la UE, al anular los acuerdos de pesca y comercial con Marruecos porque abarcan el territorio del Sáhara Occidental.
De manera que hasta ahora teníamos tres posturas diferentes que, de mayor a menor, podían sintetizarse así: EEUU, que reconoce la plena soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental; Francia que afirmaba que “la autonomía bajo soberanía marroquí es el marco en el que debe ser resuelta esta cuestión”; y España, que dice que esa autonomía “es la base más seria, realista y creíble”. Y ahora Macron ha ido un paso más lejos y ha dicho solemnemente ante el Parlamento marroquí que “para Francia, el presente y el futuro del Sáhara se enmarca bajo la soberanía de Marruecos”. Ni que decir tiene que los marroquís están como locos con esta declaración formal, que París se ha cobrado en forma de jugosos contratos por valor de 10.000 millones de euros, que no es una cifra baladí, y que incluyen la extensión de 400 kilómetros de la línea alta velocidad de Kenitra a Marrakech para la empresa Egis y la venta de hasta dieciocho trenes, también de alta velocidad, para Alstom. Entre otras fruslerías. Así da gusto reconciliarse. Espero que ahora Rabat no vuelva a lanzar a otros 10.000 ciudadanos sobre Ceuta para empujarnos a dar un paso más y alinearnos con Francia.
Yo no puedo por menos que preguntarme qué hemos conseguido nosotros con nuestro cambio de postura sobre el Sáhara. Lo único que se dijo, la reapertura de la aduana de Melilla -que el ministro Albares anunció para principios del año pasado- sigue cerrada. Menos mal que el mismo Albares, que confiesa que su principal objetivo en Europa es que se hable catalán, acaba de anunciar en una universidad neoyorquina que “nunca antes tuvo España tal peso (como ahora) en el concierto de naciones”. No puede imaginar el señor ministro cómo eso me tranquiliza.
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