Opinión | Arenas movedizas

Un paraguas en medio del huracán

Fernando Aramburu.

Fernando Aramburu. / EFE

El escritor Fernando Aramburu acaba de anunciar que se despide de sus lectores de El País, donde escribía periódicamente una columna. "Creo sinceramente que no tengo gran cosa que aportar", aduce el autor de Patria. Obviamente, como lector suyo no puedo estar más en desacuerdo —parece evidente que alguien como Aramburu tiene cosas que decir para el interés general— , y entiendo el aserto como el preámbulo de los verdaderos motivos que el poeta y novelista no tarda en aclarar. Dice: "(…) abrigo la sospecha de que poco a poco me he ido convirtiendo en un desplazado de mi época; que he dejado de entenderla y que mis opiniones se asemejan cada vez más a un paraguas abierto en medio del huracán". Ahí no queda otro remedio que darle la razón.

La avalancha de opinadores puestos a disposición de quien quiera asomarse al parecer ajeno es tan abundante, tan excesiva, tan compleja y llena de material de derribo que a menudo resulta imposible no ahogarse entre la bola de nieve —que se agranda y avanza con rapidez hacia nosotros— generada por los miles de post, tuits, memes, tertulianos, youtubers, capturas de pantalla, hilos, influencers y, a veces, incluso periodistas, que lejos de ser la luz al final del túnel, han acabados atascados y mimetizados en el propio túnel. Es esa bola de nieve la que ciega el pasadizo. Caroline, no vayas a la luz. Al final de ese túnel, lo que nos parece un haz luminoso que señala la salida puede perfectamente tratarse de un bulo. El universo informativo abarca ya tantos o más opinadores que informadores, de la misma manera que a medida que crece el mundo editorial parece haber más escritores que lectores.

La diferencia con tiempos pasados no radica en el volumen informativo que genera la actualidad. En mayor o menor medida, en el mundo pasan tantas cosas como hace 20 años. Y que 30, y que 50. Puede que incluso menos. No debo recordar los que representó la década de 1960, de la revolución cubana al asesinato de Kennedy o Mayo del 68. O la de 1970, tan de Vietnam y tan de hambrunas y guerras en África, tan de la Transición y tan de amanecer de la Movida. Podríamos seguir.

En Los cínicos no sirven para este oficio, el libro de conversaciones entre el periodista Ryszard Kapuściński y varios colegas de profesión, el primero contaba lo siguiente acerca de la cobertura de la Guerra de Golfo de 1990: "Doscientos equipos de televisión se concentran en la misma zona. En ese mismo momento, muchísimas cosas importantes, hasta cruciales, ocurren en otras partes de mundo. No importa, nadie hablará de ellas, todos están en el Golfo (…) Si luego, inmediatamente después, hay otro gran acontecimiento, todos se mueven en esa dirección, y todos se quedarán allí sin tiempo de cubrir otros lugares". Valga el ejemplo del actual conflicto en Oriente Próximo respecto a la guerra de Ucrania.

La actualidad informativa avanza como una apisonadora, me dice mi compañera Inés Martín Rodrigo. Una apisonadora aún más rápida que las mecánicas. En la mayoría de los medios de comunicación de España, el caso Errejón aplastó al de Begoña Gómez; al día siguiente, la Dana cubrió a Errejón; desde esta semana y durante algunos días, la victoria de Donald Trump le disputará la atención informativa a las inundaciones más trágicas de la historia de España. Lo dicho: una apisonadora que va engullendo una gran acontecimiento tras otro y que, a diferencia de aquella guerra del Golfo que ponía de ejemplo Kapuściński, entra en contienda con la bola de nieve a la que se unen toda clase de bulos, noticias falsas y los irresponsables que va arrastrando a su paso.

Y en ese túnel coinciden a un tiempo buleros de manual, negacionistas, maledicentes, chistosos de medio pelo y presentadores y presentadoras de programas de gran audiencia en radio y televisión que van soltando una inmundicia tras otra, un desperdicio por aquí y algo de basura un poco más allá, de modo que la sociedad no sabe o no quiere distinguir la realidad de la fábula, el médico del curandero, el astrónomo de tarotista. Recordemos esto de septiembre: el aún candidato y hoy presidente electo de EEUU aseguró ante millones de telespectadores que inmigrantes haitianos se estaban comiendo a los gatos en Springfield, Ohio. Ni en el Springfield de los Simpson creería alguien tal cosa. Salvo que estemos hablando de un capítulo protagonizado por votantes de Trump.

"Poco a poco me he ido convirtiendo en un desplazado de mi época; (…) he dejado de entenderla y (…) mis opiniones se asemejan cada vez más a un paraguas abierto en medio del huracán", sostiene Aramburu. No podía haber encontrado un símil más acertado. No está solo, pero nunca con un huracán se acabó a paraguazos.

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