Opinión | Oído, visto, leído
Estados que se tambalean, en vivo y en directo
Domingo 4 de noviembre, 13.52 h.: a determinades edades, un buen día consiste en que te sepan poner bien el café con leche, que la gente con la que te encuentres en el ascensor sea educada o que te puedas tomar un aperitivo dominical sin sobresaltos. En esas estaba uno, cuando no me digas porqué se me ocurrió encender la tele y empecé a oir la voz nerviosa de la periodista del canal 24 horas de TVE que estaba en Paiporta, narrando como la comitiva se dirigía con cierta cara de susto hacia el centro del pueblo, sin aditivos ni colorantes que valgan. Pronto comenzaron los gritos, el lanzamiento de barro, las cañas volando, los insultos. Policías y guardias civiles nerviosos, guardaespaldas desencajados. Sánchez dolorido siendo trasladado al coche, Mazón parapetándose detrás de los más altos, Letizia con cara de esto no puede estar pasándome a mí. España en un ay, zarandeándose peligrosamente. Solo quedaba Felipe. Riesgo real de que alguien intentara agredirle, de que le pegara en la cara una piedra, un palo, un tomatazo. Pero de manera valiente y con un punto de incosciencia, Felipe aguantó al estado, él solito, durante casi una hora. No todos los días se ve, en vivo y en directo, a un monarca ganándose el sueldo en una situación tan endiablada, y de qué manera.
Martes, 6 de noviembre, 22.46 h.: acaba el partido en el Bernabéu. El Madrid pierde 1-3, en esta nueva liguilla de la Champions que no entiendo. En los dos últimos partidos (Barcelona y Milán, en Liga y en Champions) al Madrid le han metido siete goles. Hasta Morata marcó esta vez. El equipo -casi un estado, con su reino plantado en mitad de la Castellana- que parecía que iba a seguir su camino hacia el infinito y más allá, está noqueado como nunca: Kross retirado, Carvajal y Courtois lesionados, Tchoameni laminado, Mbapée confundido, Vinicius enfadado. De Roncero ni hablamos, porque si esto sigue así en el próximo partido capaz es de imitar a los aviadores japoneses de la segunda guerra mundial y tirarse al césped del Bernabéu desde el majestuoso techo retráctil envuelto en una bandera blanca, sin paracaídas ni nada, mientras la multitud le grita que hala Madrid, con garbo, con fuerza, con señorío. Y encima, sin poder hacer conciertos que les hagan olvidar las penas: “winter is coming”, madridistas…
Miércoles, 7 de noviembre, 08.45 h.: tremendo zarandeo el que provoca un hombre de setenta y ocho años convicto, machista, defraudador y delincuente con su victoria. Trump acaba con la polarización de la sociedad americana, porque arrasa: salvo las costas, Estados Unidos es roja. En Europa miramos con incredulidad primero y con desprecio después los resultados. No los entendemos. No nos entra en la cabeza que un trabajador de Iowa prefiera votar a Trump debido a que la inflación ha crecido un 20% desde la pandemia (en España, el 17%. Ojito…). O que prefiera freír a aranceles a chinos y europeos. Pero qué poco glamour, por dios. Y nos explota la cabeza al saber que el 45% de los hispanos legales ha votado a un tipo que quiere blindar sus fronteras, porque así creen que estarán más seguros y mantendrán mejor sus empleos. Sí, demasiado prosaico. También ponemos los ojos como platos al ver que son mayoría las mujeres blancas que le votan….¡pero es que resulta que muchas también conocen la inflación. O viven con los trabajadores de Iowa que han perdido el 20% de su poder adquisitivo!. A pesar de todo esto, oigo a reputados y reputadas periodistas que no paran de decir, con cara triste y compungida, que la culpa de este triunfo es de la “desinformación”. Gran autocrítica, sí señor: así que no contentos con despreciar y mirar por encima del hombro a setenta y dos millones de personas, les llamamos analfabetos. Así nos va. Ayer vi un tuit que decía lo siguiente: “Es muy sorprendente que un granjero de Ohio o un obrero de Philadelphia no estén preocupados por el feminismo inclusivo o la descarbonización de la industria, y sí lo estén por la inflación y los impuestos. No sé dónde vamos a llegar”. Trump y su mundo es detestable, pero en la otra orilla -en Estados Unidos y en Europa- estaremos muy informados, pero cada vez más cerca de la nada.
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