Opinión | El trasluz

Aún no

Teléfono solando.

Teléfono solando.

Se entiende por suceso disruptivo aquel que implica un cambio radical, un cambio que rompe con lo establecido obligándonos a cuestionarnos todo aquello que dábamos por sentado. Pongamos que uno daba por sentado que su padre estaría siempre ahí para solucionarle los problemas o escucharle. Pero un día le llama por teléfono a la hora de siempre y nadie responde al otro lado. De súbito “el otro lado” se ha convertido en un “lado otro”. ¡Qué extrañeza! Uno imagina el salón donde debe de estar produciéndose en sonido del teléfono. Se lo imagina con todo detalle: ve el sofá, la mesita baja en la que se apoyan los pies, la televisión permanentemente encendida (con frecuencia, sin volumen), ve el cenicero del padre, las colillas del padre, que no ha logrado abandonar ese vicio antiguo, ve incluso al padre sentado en el rincón del sofá en el que se instalo tras jubilarse. Pero nadie descuelga el teléfono, el teléfono fijo porque al viejo no le gusta utilizar el móvil. Lo odia.

El hijo, no obstante, tras colgar, marca ahora, por si acaso, el número del móvil, que supone abandonado en el cuarto de baño, quizá en la cocina, tal vez dentro de la nevera, qué se yo. Lo deja sonar hasta que escucha el mensaje de “ocupado o fuera de cobertura”. El hijo empieza a temerse lo peor. Se abre una grieta, todavía pequeña, en el patrón de funcionamiento de la realidad. El hijo olvida lo que tenía que hacer. Coge el coche y acude corriendo a la casa del padre cuya puerta abre con unas llaves propias, las mismas que se llevó al independizarse (lo de “independizarse” es un decir). Entra en la vivienda a la que extrañamente pertenece todavía.

Su padre se encuentra cómodamente instalado en el rincón habitual del enorme sofá.

Pero está muerto.

La disrupción. Ya la vida no volverá a ser nunca como antes. Tras el papeleo y los trámites, tras el entierro, el hijo decide ocupar la casa del padre. Adopta sus costumbres, se instala en la misma zona del sofá para ver la tele. Se convierte en su padre, en suma, para tapar el boquete disruptivo abierto en la realidad. Si él es el padre, el padre no ha muerto. No ha muerto al menos todavía. 

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