Opinión | El desliz

Mazón en el reservado

Comer y no pagar con tu tarjeta, vale la pena meterse en política solo por esa dulce sensación

Mazón en el reservado. / Elisa Martínez

Escuché por la radio a un valenciano indignado gritándole a la cara a Carlos Mazón. "Te fuiste a comer. Nosotros nos ahogábamos y tú estabas comiendo. ¿Qué hacías comiendo mientras se moría la gente?". No hay ninguna respuesta satisfactoria para esta pregunta, que lo cuestiona todo. Las prioridades de la política. Los privilegios de los políticos. Su falta de conexión con la realidad. La parafernalia del poder, la mezquindad de las pequeñas cosas, el pesebre. Café, copa y puro para los señoros; suena muy siglo XX. Una digestión larga y pesada la de esa velada. Todavía le repite el suculento condumio al presidente de la Generalitat. Nadie lo entiende, y nadie lo va a entender. El común de los mortales nos levantamos de la mesa a las seis y media de la tarde dos días al año, si llega. Navidad y Año Nuevo. En los restaurantes nos quitan el vaso porque se ha de sentar la siguiente tanda o van a limpiar, y el café dura un cuarto de hora entre semana porque el niño sale de la extraescolar. Pero los que se esconden en los reservados porque los creen una prolongación del escaño, piden de lo bueno lo mejor del menú y cargan la minuta al erario público, alargan el carajillo por una mera cuestión de estatus. ¿A ti cuánto te mide la sobremesa? Qué pereza volver al despacho. Las comidas y los coches oficiales van con el cargo y son irrenunciables, pase lo que pase. No son comidas de trabajo, comer a papo de rey es trabajo. Comer y no pagar con tu tarjeta, vale la pena meterse en política solo por esa dulce sensación. Llamar al jefe de sala con un mote cariñoso para que traiga lo que él ya sabe, y decidir cosas importantes entre trago y trago de vino. Mañana que tu secretaria hable con la mía y lo ponemos en marcha. 

Qué comería ese hombre que se aferra al cargo como a la tabla de un náufrago porque lo que le va a venir es mucho peor, una dieta a pan y agua. Lo sabremos en algún sumario, si le ha cogido manía a las cigalas o al solomillo después de la escabechina de paisanos que pudo evitar y no evitó. Igual se pidió una ensalada, pero lo dudo, con tres horas y pico de refrigerio en plena dana. Mazón eligió un mal día para quedar a manteles y solventar un tejemaneje intrascendente, a él una alerta roja no iba a fastidiarle lo mejor de su agenda. En los relatos de la corrupción política, muchos del PP de Valencia, junto a pagos millonarios, regalos inmobiliarios y mordidas significativas se detallan banquetes de medio pelo y tristes corbatas. Las regalías del día a día, las prebendas que diferencian al mandamás del currante de turno, con su fiambrera o su bocata, y dan categoría. Quienes no entendemos de competencias, de los entresijos de las comisiones y demás tenemos claro que un a un presidente responsable que escucha un parte meteorológico aterrador se le cierra el estómago y se pide una infusión. Y se reúne con expertos para tomar decisiones. El presidente de Valencia autoconfinado en un reservado elegante para un almuerzo perfectamente aplazable el día aciago en que todo se estropeó encarna el paso previo a Donald Trump, que dice que su comida favorita es una hamburguesa con patatas, y que sentarse a la mesa es una costumbre decadente europea, una pérdida de tiempo. Populismo estomacal. Si todos los políticos son unos vividores y unos triperos que no pase el siguiente, que le den al sistema.