Opinión | El trasluz
El diferencial
Dentro de mi cabeza hay uno que salta si la cantidad de información que entra es mayor que la que sale
Leí, no recuerdo dónde, la expresión “sobrecarga cognitiva” y la pasé por alto. Luego, en la alta noche, desperté alertado por un gemido procedente del interior de las paredes de la casa. Me levanté, fui al baño, apliqué el oído a los azulejos y sentí un movimiento como de circulación sanguínea. Es el agua, pensé, al moverse por las tuberías. Pero para que el agua se moviese debería haber un grifo abierto. Revisé todos los grifos y todos los radiadores de la calefacción sin dar con fuga alguna. El gemido continuaba, sin embargo, como si la casa tuviera una vida secreta.
Volví a la cama y fue entonces cuando me vino a la memoria el sintagma “sobrecarga cognitiva”. ¿Superaba la información que recibía mi cerebro mi capacidad para procesarla? ¿Recibía yo al cabo de la jornada más estímulos de los que podía asimilar? Sin duda alguna, sí. Y este, el del agua circulando secretamente por la fontanería de la vivienda a altas horas de la noche, era uno de esos estímulos. La semana anterior se me había ido la luz por tener la plancha y un calefactor encendidos al mismo tiempo. Me lo dijo un amigo electricista al que llamé para pedirle consejo:
-El circuito está sobrecargado. Si no contratas más vatios, se te saltará el diferencial continuamente.
-¿Por qué lo llamáis diferencial? -le pregunté.
-Porque compara la cantidad de corriente que entra en el circuito con la que sale. En condiciones normales, son iguales. Cuando son distintas, el diferencial desconecta automáticamente el circuito.
Ignoraba que la corriente entraba y salía (creía que solo entraba), por lo que tampoco entendí lo que quería decirme, pero fingí que sí para evitar una sobrecarga cognitiva, pues también dentro de mi cabeza hay un diferencial que salta si la cantidad de información que entra es mayor que la que sale. Cuando el diferencial encefálico salta, me tomo un ansiolítico y se recompone. Pero no puedo estar tomando ansiolíticos todo el tiempo. Eso es lo que pensé en la cama, después de haber escuchado la circulación sanguínea de detrás de las paredes, aunque mientras lo pensaba estaba sacando una píldora del blíster (me encanta, por cierto, esta palabra, blíster).
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