Opinión | La gran riada, un mes después

José Luis García Nieves

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La experiencia de esta catástrofe no se puede explicar sin la ola de solidaridad desatada, crucial en los primeros días. Desde el primer día, la figura del voluntario ha sido el símbolo de una ayuda que ha llegado desde todos los puntos de la sociedad civil y desde todos los rincones del país

Miles de voluntarios han ayudado en las labores de limpieza. / Germán Caballero

Tras el agua quedó el barro, y tras la devastación llegó otra riada: la de la solidaridad. Miles de ciudadanos, armados con palas, escobas y cualquier utensilio que tuvieran a mano reaccionaron frente a la conmoción echándose a las calles de la zona cero de la DANA del 29 de octubre. Unos quince mil ciudadanos acudieron a la llamada de la Generalitat a la Ciutat de les Arts, punto de encuentro de los voluntarios. La reacción masiva desbordó a las autoridades y obligó a decretar la limitación de accesos a los puntos más afectados para facilitar el despliegue de los efectivos profesionales.

En paralelo a la reacción espontánea de los voluntarios, llegó la organización de la sociedad civil: clubes deportivos, ONG, comisiones falleras, asociaciones de vecinos, colectivos profesionales, empresas y municipios de todo el territorio se han volcado en el envío de ayuda material y la organización de convoyes de voluntarios de limpieza.

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La reacción ciudadana ha dejado un símbolo. La pasarela que cruza el río Túria desde Valencia hacia l’Horta Sud y las pedanías de la capital, el paso que miles de vecinos de la ciudad y comarcas del norte utilizaron para acceder a la zona cero, ha sido rebautizado como el 'Puente de la Solidaridad'.