Opinión | A compás

¡Enrique Morente vive!

Morente rompió las fronteras con otras artes.

Morente rompió las fronteras con otras artes. / ELISENDA PONS

Es 13 de diciembre y en el muro de Facebook de mi amiga y aficionada Eusebia López leo: En mi casa te seguimos venerando”. “Año 14 después de Morente”, al musicólogo Faustino Núñez. “Nostalgia de Enrique Morente” al poeta Paco Vargas. A mí me cuesta decir algo para sumarme a la efeméride, la verdad.

Esta noche prefiero no salir. No soy creyente, pero me gusta la pulcritud y el temple de las liturgias que invitan al recogimiento, como la que hacía el cantaor cuando congregaba en círculo a sus músicos para la polifonía con la que empezaba muchos conciertos. Así que, a solas, enciendo una vela y, como tantas veces, pongo en bucle Mi pena, que es muy mala porque es una pena que yo no quisiera que se me quitara.

Llevo más de veinte años firmando artículos y caigo en la cuenta de que jamás he escrito una línea del artista que más ha marcado mi mirada sobre el flamenco. No es que le deba mi descubrimiento de este arte, al que llegué por caminos más superficiales, accesibles y oportunos para mi edad, pero fue la voz de Enrique (me refiero a su voz total, no sólo a su cante) la que me advirtió de su profundidad y me guio en su fascinante complejidad. Perdón, cambien el verbo al presente porque conforme va pasando el tiempo aún soy más consciente de hasta qué punto el de Granada influye en la manera que tenemos de ver el flamenco hoy. Especialmente los de mi generación.

Hay consenso en reconocer que las tres grandes figuras del flamenco desde mediados del siglo pasado han sido Camarón, Paco de Lucía y Enrique Morente. Los tres se fueron antes de tiempo, sin avisar, y dejando un legado tan brutal que ha trascendido el universo jondo y continúa expandiéndose a otras músicas y artes. Por eso, aunque no estén entre nosotros, los tenemos presentes y escuchamos el eco de su obra.

Cuando se dice que “Morente vive” es porque aparece en los escenarios en artistas tan diversos como Pedro El Granaíno, Segundo Falcón, Arcángel o Matías López ‘El Mati’ (por citar sólo a cantaores) que rememoran sus letras y versiones. También porque su eco punzante y avispado se instala en nuestro cuarto igual de lozano cuando pinchamos el play de Despegando, Sacromonte o Negra, si tú supieras, tres de mis álbumes favoritos.

Y, sobre todo, porque su manera única de entender el flamenco, que le permitía estar con un pie en el epicentro y otro en la periferia, continúa zarandeando, descolocando y sorprendiendo a los más ortodoxos, que saben el poso de sabiduría y dificultad que hay detrás de cada disco suyo, y a quienes lo escuchan por primera vez y se quedan atónitos frente a su modernidad y su sofisticación.

No voy a teorizar aquí sobre las aportaciones del granadino, que seguramente sea el que más artículos, ensayos y publicaciones académicas ha despertado en lo jondo. Prefiero compartir la emoción que he sentido al ver a algún ligue punk flipar cuando le he puesto a Enrique con las voces búlgaras, por ejemplo, y comprobar que cualquiera puede encontrar su Morente.

Personalmente creo que ha sido uno de los artistas que mejor ha sabido manejar las aristas de este arte. A veces sacándole las costuras y otras atando los cabos sueltos. Por eso, su obra, más allá de en su discografía, está en su modo de actuar, vivir, ser y tomarse el flamenco. Con el suficiente respeto, inteligencia, creatividad, talento y sentido del humor como para que lo acabaran admirando los gitanicos y los payos y aplaudiendo en masa indies y puristas, disfrazados unos con las camisetas de los otros sin saberlo. Las cosas de Enrique, pensarán quienes le conocieron.

Personalmente creo que ha sido uno de los artistas que mejor ha sabido manejar las aristas de este arte

Es decir, Morente rompió las fronteras con otras artes para que cantáramos como hits letras de poetas -como Miguel Hernández, Alberti, San Juan de la Cruz o Lorca- y aprendiéramos a comprender mejor el trazo de Picasso. Se acercó a otras músicas y atrajo a los roqueros al flamenco gracias a colaboraciones con los Sonic Youth o Los Planetas y al mítico Omega, que grabó con el grupo granadino Lagartija Nick sobre poemas de Poeta en Nueva York y temas de Leonard Cohen, cambiando para siempre la experiencia de visitar Manhattan.

Sin prejuicios supo llevar lo culto a la tierra y elevar lo popular a la categoría que merece. Preocupándose en paralelo de rebuscar y recuperar a artistas flamencos claves como Chacón o Sabicas, a quien le grabó su último disco Granada/Nueva York.

Digamos que si Camarón, como el icono más reconocible, es el rostro del flamenco y Paco, como el más universal, es su corazón, Morente es el pensamiento, la palabra

Por encima incluso de lo musical, creó un concepto estético e intelectual. Mezcló, integró, enfrentó, hizo autocrítica y obligó a reflexionar. No desde la pedantería que se asume cuando se habla de él, sino desde la defensa de una ética y un compromiso con lo artístico que convierte en indisoluble lo que hace de lo que dice.

Digamos que si Camarón, como el icono más reconocible, es el rostro del flamenco y Paco, como el más universal, es su corazón, Morente es el pensamiento, la palabra. El que más ha contribuido a dignificar el flamenco: si está con la cultura y la sabiduría, si está con la ignorancia, la estupidez y la bufonería, no me interesa, sentenció.

Ojalá sepamos capaces de preservar su memoria sin manosearla ni reducirla a clichés. Gracias Enrique por habernos dejado un flamenco más vivo y más libre.  

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