Opinión | Mollete de calamares
Me aburre no aburrirme
Aburrirse ha dejado de ser una opción. En este mundo lleno de estímulos basta asomarse a las redes sociales para vernos sepultados por planes de todo tipo que nos atropellan. Restaurantes, escapadas, experiencias, viajes, espectáculos, conciertos. Nada es suficiente, todo parece poco para llenar los días, cada hora, cada segundo. Con rutina de por medio, el tiempo a rellenar con planes se reduce, pero cuando llegan las vacaciones, las horas en blanco se multiplican y llega esa sensación de vacío y de ansiedad por entretenerse.
Recuerdo que hubo un tiempo en el que la gente se aburría. Y algo aún más impensable a día de hoy: una época en la que los niños se aburrían. En Navidad pasaba las tardes con mi hermana en casa de mi abuela sin demasiados planes. Recuerdo que las horas se me hacían interminables y me entretenía arrancando unas bolitas verdes que crecían en una planta en el balcón de su casa. Arrancar las bolitas y tirarlas a la calle era la mayor de las aventuras para pasar el tiempo. Las bolitas y ayudar a mi abuelo a limpiar hojas de lechuga para ponérselas en la jaula a los canarios que criaba.
Pero todo eso quedó muy atrás. Aún no hemos llegado a la Nochevieja y en apenas diez días ya he visitado dos veces Cortylandia con mi hija, la he llevado otras dos veces al teatro, una al cine, otra a un parque temático, una tarde a comer churros con chocolate e incluso a un Museo de Ciencias. No sumo a esta enumeración de planes las cuatro películas navideñas que hemos visto en casa para matar las pocas tardes en las que no había nada planificado. Suena agotador, pero es lo que hay.
Aún no hemos llegado a la Nochevieja y en apenas diez días ya he visitado dos veces Cortylandia con mi hija
Vivimos en una sociedad sobre estimulada y esa excitación la transmitimos a las nuevas generaciones. ¿Tiene sentido buscar planes por encima de nuestras posibilidades? ¿Es mejor aburrirse para despertar nuestra imaginación? La ciencia lleva relativamente poco tiempo estudiando el aburrimiento desde un punto neurocientífico y la conclusión es bastante lógica y tiene poco que ver con el discurso de abuelo cebolleta que yo mismo describía en el arranque de este artículo. Aburrirse no necesariamente es bueno. La clave es saber elegir bien cómo ocupar el tiempo cuando nuestro cerebro nos dice que nos estamos aburriendo.
Y esa conclusión conduce a algo en lo que los expertos están de acuerdo: llenar ese tiempo con el llamado ‘escroleo’ en redes sociales nos vuelve más tontos. Deslizar nuestro dedo en la pantalla del teléfono, saltando de un vídeo a otro, sin permanecer más de cinco segundos en cada uno de ellos genera aún más sensación de aburrimiento y ansiedad. Tratamos de huir del tedio viendo los planes y las ocurrencias que los demás hacen para superar su propio aburrimiento. Así que, si has conseguido llegar hasta aquí, querido lector, espero no haberte aburrido demasiado. Si no ha sido así, sigue deslizando en busca de algo más interesante.
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