Opinión | ARENAS MOVEDIZAS
La ducha después del viaje
La actualidad es un baño por aspersión. A partir de ese primer baño caliente todo son manguerazos de realidad. Dennos vapor y espejos empañados
Hay pocos actos habituales tan placenteros como la ducha después de un viaje. La ducha de casa, la que importa, la que marca el inicio de una jornada incierta o corona un día ingrato y aciago u otro exitoso y triunfal. La ducha de la zona de seguridad. Uno puede ducharse varias veces al día cuando anda fuera del hogar, en el cuarto de baño de un amigo o en un hotel de cinco estrellas y embolsarse en un albornoz del Ritz, pero la mayoría de las veces es una ducha sin gracia, con prisa, de no molestar, de apurarse para una salida apresurada o minutos antes de una visita guiada por París o Lisboa. La ducha de las vacaciones es una ducha contra el reloj.
La ducha importante, la que cuenta, es la que tomas cuando llegas a casa días después de desgastar el adoquín de la rue Cambon o el piso firme del Rossio, con tu champú de a diario y tu gel de té y jengibre, de vainilla y leche de coco o aquel que te gustó del supermercado y estaba de oferta. Es una ducha caliente, sin minutero, jabonosa y relajada, previa a embutirte en la ropa de casa impregnada del olor a limpio con la que se pone rumbo al sofá, al mando a distancia, al libro de tapa dura o al lomo del perro. Violar ese momento de paz que sucede a la ducha después del viaje debería estar castigado.
A partir de esa ducha todo son manguerazos. La actualidad es un baño por aspersión que tratas de evitar dando brincos para no dejarte la dignidad en algún traspiés o cayendo de bruces contra el firme. Sobre el duro hormigón de la realidad esperan Sánchez, Feijóo, el Poder Judicial, el drama de la migración, Putin, Trump, la enésima versión alrededor de El Ventorro, Netanyahu, la tarifa de la luz y los accidentes de aviación. La cuesta de enero y las deudas de la tarjeta. La ducha después del viaje apareja la positividad justa en una fracción de felicidad que va desde que sale uno vestido del cuarto de baño hasta que agarra el teléfono móvil, abre WhatsApp y devuelve al primer plano los grupos archivados durante los días de asueto. Para cuando lleguen los Reyes Magos, el mundo real ya nos ha engullido como la ballena a Jonás. En esa ducha sanadora no había inflación ni precio de la vivienda, Carter estaba vivo y aún no habían muerto cuatro migrantes en un cayuco a manos de sus patrones. En ese cubículo nublado de vaho tampoco había lugar para mujeres asesinadas ni para los malnacidos que acaban con sus vidas y con las vidas que ellas y sus hijos podrían haber tenido.
Los primeros días de enero son esa ducha bien provista de exfoliante tratando de arrancarnos las impurezas del viaje que comenzamos el primer día del año anterior. En la creencia de que nuestra dermis podrá mantener unos meses los niveles óptimos de Ph, a remojo del primer chorro del año incluimos las promesas del gimnasio, la dieta, dejar de fumar, los pactos de Gobierno, los presupuestos del Estado, Puigdemont, las lesiones del Madrid y la pájara del Barcelona, como si se tratara de una coctelera de buenos propósitos y mejores deseos. La realidad comienza a asomar tras su breve letargo vacacional nada más cerrar el grifo.
Nunca aprecié las bondades del agua fría, ni siquiera para apaciguar los arrebatos de la calentura. Bajo el chorro del agua fría no merece la pena más que llorar y disimular las lágrimas que enfilan su huida hacia el desagüe. Nuestro imaginario asocia los manguerazos de agua gélida a las películas de psiquiátricos con paredes desconchadas o a cárceles de Turquía. El nido del cuco y El expreso de medianoche. En esta metáfora de tocador salvaje, el agua fría es la corrupción y es la guerra, la violencia de género, la escasez de vivienda, el precio de la cesta de la compra, la polarización, el odio al migrante, la homofobia y todas las fobias. Con el deseo de que en 2025 alguien cierre esos grifos, dennos vapor, vaho, espejos empañados y ropa limpia, como si volviéramos en bucle de un viaje de muchos años.
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