Francisco Ibáñez ha muerto. Ojalá tenga un buen viaje hasta ese lugar en el que descansan los que han logrado que se sintieran felices niños, jóvenes y adultos. Son pocos y tendrán un lugar de privilegio en el más allá.
Mortadelo y Filemón fueron siempre mis personajes preferidos. Pero los habitantes de la ‘13, Rue del Percebe’ eran los que me hacían reír sin parar. En ese edificio estaba toda la sociedad española de la época: el tendero tramposo, el moroso irrecuperable, el ladrón insaciable, la portera cotilla y metomentodo, los que subían y bajaban en el ascensor averiado eternamente... Si mirabas con atención ese edificio entendías lo que pasaba a tu alrededor y aprendías a tomarte con humor la realidad.
Ahora, esos pisos quedan vacíos, casi seguro que se convertirán en pisos turísticos o los comprará alguien para especular. ‘13, Rue del Percebe’ se llenará de turistas que convertirán las viñetas en algo desconocido, sin gracia y sin vida.
Con Francisco Ibáñez aprendí que los libros y los tebeos eran el mejor refugio inventado por el ser humano. El aburrimiento, la imposibilidad de entender, el miedo o las ganas de aprender, se podían solucionar página a página. Los tebeos fueron esa llave que abrió el mundo de la literatura por siempre jamás. Tebeos y novelas son el resumen de mi vida, si quisiera pasar a limpio lo que soy podría copiar páginas enteras de las que he leído. Y Francisco Ibáñez fue el culpable de todo. Por eso le deseo un buen viaje. Y por eso deseo que vaya escribiendo tebeos para que podamos leer llegado el momento y seamos capaces de comprender qué es eso del más allá. Seguro que allí también hay viejas cotillas, niños traviesos, inventores locos o tenderos miserables, y eso dificulta todo.