Viéndolas venir

A golpe de muerto

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Álvaro Romero @aromerobernal1
21 may 2020 / 09:37 h - Actualizado: 21 may 2020 / 10:07 h.
"Viéndolas venir"
  • A golpe de muerto

Ahora es obligatoria, es decir, que te pueden multar si no la llevas. Y ese argumento ya es de peso. Será una manera de empezar a no ir con la mascarilla como un bicho raro, como si fueses un tiquismiquis o un cursi, como si uno se pusiera la mascarilla para salvarse a sí mismo y no a los demás...

Es triste que tengan que obligarnos a salvaguardar la salud propia y ajena a golpe de talonario, de billetera, de rascarnos el bolsillo, que es una forma más eficiente de comunicación incluso que a golpe de muerto. Como si ya no nos acordásemos de los casi 28.000 muertos (325.000 en todo el mundo, y los que quedan) que se han enterrado en soledad durante estos dos meses, como si fueran bajas lejanas de gente que no tiene nada que ver con nosotros, como si no se tratase de los padres, las abuelas, los tíos de compañeros de trabajo, de amigos, de conocidos, de vecinos, a cuyos funerales hubiéramos asistido con lágrimas en los ojos. El confinamiento es lo que tiene: a más distancia, menos empatía literal y una disolución asombrosa del dolor en la memoria. Por cada uno de esos muertos fugaces se han derramado miles de lágrimas menos que si hubieran tenido su entierro común. También el rito nos predispone al llanto, a palpar la pena ajena, también nuestra.

Pero vamos por la calle estos días y hay un porcentaje incomprensible de gente olvidadiza, que seguramente no ha terminado de entender la gravedad de este asunto de vida o muerte, de que estás o no estás, de que o nos salvamos todos o nos vamos a ir yendo irremisiblemente a un mundo que no es este, nos muramos a no. Gente que mira con un deje de ironía o sarcasmo o incredulidad la necesidad de tanto guante o mascarilla, con el calor que se avecina, como si todo este nuevo rito que precisa nuestra supervivencia fuera una nueva moda de gente excesivamente exquisita, o un capricho del gobierno que quiere tapar otras cosas, siempre con fuegos de artificio para no hablar de lo que interesa, el paro, la economía, la corrupción de su clase...

Y no es de extrañar, con tantos responsables públicos que animan a creer todo eso: políticos que cobran de lo público y que se llevan todo el santo día animando a la desobediencia, a que salgamos a la calle con muchas banderas para gritar lo españoles que somos, el patriotismo que nos corre por las venas, las ganas incontenibles que tenemos todos de echar a este gobierno tras cuya marcha se habrá terminado toda esta pesadilla, este mal cuento que nos están contando, aunque el presunto virus se haya cebado ya con la vecina Francia, donde recaló luego, y sea un escándalo incontrolable en el Reino Unido que se niega a sacrificar la economía por los efectos colaterales que esta desmemoria global se va tragando cada jornada. Pero a la luz -o a la sombra- de esos políticos tan optimistas, ¿qué tenemos que ver nosotros con otros países?