Viéndolas venir

A todos nos trajo una cigüeña

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Álvaro Romero @aromerobernal1
22 mar 2020 / 08:34 h - Actualizado: 22 mar 2020 / 08:37 h.
"Viéndolas venir"
  • Foto: Rafael Ruiz Muñiz
    Foto: Rafael Ruiz Muñiz

Mi amigo Rafael Ruiz Muñiz captó ayer la instantánea que ilustra esta columna justo en el momento en que yo, en la rotonda de esa cooperativa de agricultores que sigue abasteciendo a mi pueblo y que también se merecería un gran aplauso una noche de estas, me sorprendía por el nido que otra cigüeña está construyendo sobre el foco mayor. De no habernos recluido a todos en nuestros hogares este virus internacional, a ningún ave se le hubiera ocurrido hacer su casa tan al alcance de la mano, como otra que, en el patio del cole de mis hijos, ha considerado, ante la falta de niños, que ancha es Castilla. Sobrecoge la ingenuidad de la naturaleza, representada en estas cigüeñas sobre postes eléctricos que, como sabíamos de chicos, eran las encargadas de traernos al mundo. Han dejado de emigrar, ingenuamente, para quedarse en este mundo a vivir. Yo sufría de pequeño imaginando que el bebé pudiera caerse del pico por moverse en un pañuelo tan sutil...

Sobrecoge la ingenuidad de la naturaleza ahora que el artificio de la vida que llevábamos necesita simplemente la concha de un caracol. Ahora todos nos arracimamos en nuestras propias casas mientras esa naturaleza que ya no es indómita echa de menos nuestro estrés de todos los días, para mantenerse a salvo, y nuestra basura, para comer. Los animales, despistados, andan perdiendo su instinto en un mundo vacío que no se esperaban la semana pasada. Hay gatos que maúllan tristes por las azoteas y perros que no entienden tanto paseo a todas horas.

La foto de Rafa no es solo una postal preciosa, sino una alegoría de lo que nos sucede: la cigüeña que nos trajo a este mundo sorprendida del mundo mismo, con su hogar ingenuamente seguro sobre uno de los postes del tendido eléctrico con que amenazamos el mundo, que creímos solo nuestro; el grisáceo cielo nuboso por el que se abre paso, tímidamente, una primavera que no entra sin pedir permiso; el arcoíris sonriente a pesar de su colorida soledad. Son signos inequívocos, esperanzadores, de que saldremos de esta, aunque por debajo del vuelo lento de las cigüeñas, de la solidaridad infinita de tanta gente y de esas nubes camastronas en la víspera de una Semana Santa tan atípica tengamos que seguir sorteando a tanto amargado columpiándose en el cuanto peor, mejor.