The Beatles o The Rolling Stones han sido dos de las bandas de música más importantes de la historia. Tal vez las más importantes. Los estadios se han llenado durante años para escuchar sus temas y para mostrar amor por ellos. Los fans de ambas formaciones han sido numerosos, ruidosos y extravagantes. Razones tenían y siguen teniendo de sobra para ser como eran y como son.
Richard Nixon y John F. Kennedy generaron, en la década de los 60, un enorme debate que dividió a la sociedad norteamericana y cambió el rumbo de las cosas en todo el planeta. Las ideas que manejaron ambos políticos eran de tal intensidad que todo tipo de personas tuvieron que discutir, entender y asumir lo que escuchaban dada su importancia.
Existen ejemplos de todo tipo. Ante lo fascinante, ante lo importante, el ser humano claudica finalmente. Pero en España somos los campeones del debate cutre y los mejores encontrando nuevos ídolos aunque sean cochambrosos, aunque sean indigentes culturales o analfabetos funcionales. En España claudicamos ante cualquier cosa.
Adara Molinero es una señora que participa en realities en la televisión basura. Jamás ha dicho nada interesante, jamás ha aportado algo al resto de la sociedad, no se le conoce trabajo más allá de hacer el paripé delante de las cámaras o publicar sus cosas en las redes sociales. Anda justa de inteligencia, sobrada de caradura si tiene que anunciar separaciones y reconciliaciones con las misma persona para vender la exclusiva y terminar la reforma de la casa... Adara Molinero debería representar todo lo vergonzoso y casposo de una sociedad moderna, pero para algunos es una especie de diosa.
Cristina Porta es periodista. Como profesional no ha demostrado gran cosa, como concursante en programas televisivos tampoco. Aunque ella está algo más leída que la otra, no puede presumir de una inteligencia privilegiada. De hecho, tengo la sensación que vende una imagen concreta para que sus carencias profesionales queden disimuladas y, así, va tirando.
Pues en las redes sociales no son pocos los que están de un lado o de otro, los que siguen con devoción a una o a la otra, los que se colocan en la trinchera dispuestos a luchar sin miedo para defender a su ídolo. Ese es el nivel. Los ídolos son casposos y reflejo de las miserias con las que nos tenemos que manejar a diario. Estas cosas marcan el estado de decadencia en el que vivimos.