Era ya tarde cuando supe anoche la muerte del ex ministro socialista Enrique Múgica. Sentí un tremendo escalofrío porque, sin ser votante socialista, siempre admiré a este político serio, comprometido con la democracia y, sobre todo, valiente. No olvidaré aquello de “que se pudran en la cárcel”, en referencia a los criminales de ETA, cuando la banda había asesinado vilmente a su hermano Fernando, otro histórico socialista. Admiraba a Múgica, entre otras cosas porque sabía que había sido del PCE (Partido Comunista de España), de los que pisaron la cárcel al menos en dos veces, en 1952 y diez años más tarde, en 1962, que estuvo la friolera de veintidós meses.
En aquellos años era cuando tenía mérito ser de izquierdas, porque te encerraban, te pegaban palos hasta en el cielo de la boca y te torturaban. No explotó mucho el asunto y siempre llevó una vida austera y alejada de los focos, aunque un ministro de Justicia (1988-1991) tenía que estar cada día delante de las cámaras. Recuerdo con cariño cuando tomaba parte en debates de televisión porque aprendías mucho de política, de justicia y de cómo un político de altura tenía que comportarse. Entre Múgica y los fantasmas de ahora que dicen ser de izquierdas hay la misma diferencia que entre un tren de alta velocidad y una carreta rociera.
Supongo que habrá sufrido lo indecible estos últimos años con los nacionalismos catalanes y el de su propia tierra, porque se significó sobre manera en la lucha no solo contra la banda terrorista, sino del nacionalismo vasco en general. Era un socialista insobornable, que solo dejó la militancia, en 2000, para ser el Defensor del Pueblo. Llegó a enfrentarse a su propio partido por, entre otros asuntos muy polémicos, la Ley de Memoria Histórica y el diálogo con ETA, en los que discrepó siempre con el entonces presidente José Luis Rodríguez Zapatero. O sea, un dirigente y servidor público con personalidad, que dejó huella en aquellos años tan interesantes desde el punto de vista político.
Ahora que tanto se cuestiona la Transición, hay que recordar que fue una pieza clave en las negociaciones con Adolfo Suárez, por ejemplo en la Ley para la Reforma Política, que permitió la exclusión de estructuras de la autoridad franquista desde un punto de vista jurídico. Se ha ido a los 88 años, con coronavirus, la pandemia que hace tambalear al mundo. Un político de ideas firmes, honrado y valiente. Todo un ejemplo.