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Albatros

Agua

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Jesús Ollero ollerista
12 abr 2022 / 14:52 h - Actualizado: 12 abr 2022 / 14:53 h.
"Albatros"
  • Foto: Jesús Barrera
    Foto: Jesús Barrera

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La primavera sevillana es maravillosa. Pero también impredecible. O al menos no nos gustan las predicciones cuando no nos favorecen. Lo peor que le puede pasar a un hermano mayor de una cofradía sevillana es un día revuelto. O sol fuera o agua va. Que por lo menos las cosas estén claras y no haya que tomar decisiones complicadas. Sobre todo por un problema de base: a la gente no le interesa la verdad, no quiere saberla; y cuanto más dura es la realidad, menos capacidad tenemos para asumirla en general.

La pandemia ha agravado la tensión sobre estas decisiones complejas y, se haga lo que se haga, impopulares. Dejemos la pandemia estar y evitemos que dificulte situaciones tan relevantes como duras. El Lunes Santo sevillano ha ofrecido una tarde espantosa. Muy difícil de asumir. Las posibilidades de tener agua por la tarde eran tan evidentes que la decisión de salir se tomaba asumiendo que las cofradías se podían mojar. Se iban a mojar. Faltaba saber cuánto y el momento exacto. Ojo que es una decisión que compete a un grupo reducido de miembros de las juntas de gobierno y en la que sobrevuelan condicionantes muy potentes. Hasta el punto de que una cofradía que en días revueltos nunca sale deslizó un anuncio interrumptus que hacía pensar que la tarde remontaba. No era así, pero era lo que todos querían y deseaban, lo que todos queríamos y deseábamos. Error.

Hay gran debate sobre la pasividad de las cofradías bajo la lluvia que se pudo ver, en algún caso rozando el ‘Singing in the rain’ de Gene Kelly. Ni siquiera me paro en eso porque, siendo discutible, entiendo que esperaban que parase en cualquier momento y poder seguir como si tal cosa. Distinto es que la Campana no entiende de agua y allí nos paseamos en cualquier circunstancia. Hay también un debate muy duro sobre las vacilaciones de algunas cofradías. Varias hicieron el intento de salir (catedral o templo, qué más da) y tuvieron que rectificar. Son decisiones que pesan y que marcan. Particularmente me causaron desazón. Transmiten falta de previsión e incluso una cierta incapacidad para tomar decisiones. Me acordé de la máxima de la industria tecnológica yanqui: Fracasa rápido y barato. Persistir en el error sale carísimo.

He visto mojarse a Pasión, pero mojarse a grifo abierto, hasta romper uno de sus brazos, cuando aquel Jueves Santo era una ruina y para colmo lo que podía ser una lluvia moderada derivó en diluvio. A la Cena volver a la carrera envuelta en plásticos un Domingo de Ramos en el que al llegar a San Juan de la Palma encontré intacto el altar de insignias. Al palio de Jesús Despojado evacuar agua como si fuera un embalse entrando a la carrera en la Anunciación, ‘paragüero’ de cabecera igual que el Salvador o la Magdalena. Ejemplos hay a cientos. Y cuanta mayor distancia al centro, más.

Aquí se ha mojado todo el mundo, y cuando digo todo el mundo digo todas las cofradías que puedan imaginar. De las más serias, rancias y estrictas a las más flexibles, populosas y despreocupadas. Ocurre, eso sí, que la valoración del riesgo ha cambiado. Y las opiniones sobre esos riesgos. La manida frase de puerta grande o enfermería. Hay demasiadas opiniones sobre cosas que competen, habitualmente, a tres personas. No más. Sigue siendo primavera y un ligero cambio en el viento o una evolución de una masa de nubes de las que explican en el telediario puede hacer que unas gotas se conviertan en un tremendo y doloroso chaparrón. Hay que saber decir no pero también asumir que ese ‘no’ no va a gustar. Igual falta algo de capacidad para decidir, porque en este caso decidir implica influir en los sentimientos, necesidades, gustos y opiniones de cientos de miembros de las hermandades y de miles de espectadores, devotos y opinadores.

No he podido evitar recordar los chistecitos, con mayor o menor cariño, que he escuchado cada primavera sobre la Amargura, que por supuesto se ha mojado como todas. Un año se decidió no salir (hablamos todavía del siglo XX...) y dejó de llover, y desde entonces he escuchado estupideces para escribir libro. Esos mismos son lo que despotrican de algunos descalabros vividos este Lunes Santo. No tanto por mojarse, que está al alcance de cualquiera, sino por la concatenación de decisiones desafortunadas. Digo desafortunadas porque entiendo que se han tomado con la mejor voluntad y la máxima convicción que la climatología permitía. Parece un gran momento para dejar de lado dos cuestiones: vale ya de recordar que antes se salía si no llovía y se asomaba uno a la azotea a mirar al Aljarafe, y vale ya de esconderse en la pandemia para tomar decisiones de calado. Esto es otra cosa, o debería serlo.


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