La Tostá

Algo más que la mano de Dios

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
26 nov 2020 / 07:43 h - Actualizado: 26 nov 2020 / 12:07 h.
"La Tostá"
  • Algo más que la mano de Dios

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Anoche ya había comentarios en las redes sociales con los que daban ganas de vomitar. Pues sí, Diego Armando Maradona, que murió ayer en Buenos Aires con 60 años recién cumplidos, era un futbolista único, el mejor de la historia, pero hay motivos para criticarlo. Sin embargo, lo que habría que hacer ahora sería despedirlo con honores porque a los que amamos el fútbol nos dio muchos de los mejores momentos de nuestras vidas. Cuando era niño, en Palomares, donde el único campo de fútbol que teníamos era de terrones, soñaba con ser Pelé, al que vi la primera vez en el Mundial de Inglaterra de 1966, con solo 8 años. Pero fue en el siguiente, el de 1970, en México, donde entendí que Pelé era Dios y Roverto Ribelino, su hermano. Cuando vi jugar a Maradona me olvidé de Pelé y viendo al Pelusa veía a Rivelino, porque me lo recordaba con sus mismos cambios de ritmo, la manera de desmarcarse, de pedir el balón y de conducirlo por el césped buscando siempre ese lugar donde parten las piernas. Nunca hubo ni habrá más un jugador como Diego. Fuera de la cancha lo que más me gustó siempre de él fue su sentido de la libertad, que lo llevó a hacer lo que le dio la gana en cada momento de su vida sin importarle un pimiento el qué dirán. No era una persona falsa, sino sincera y honesta. Que había que opinar sobre Pelé y Rivelino, lo hacía y, además, dijo una vez sin miedo: “Cuando los veo jugar a los dos juntos, Pelé va para allá y yo me voy para donde va Rivelino”. Que había que mojarse apoyando una dictadura comunista, ni lo dudaba. Como dicen los flamencos, Diego era puro. Ayer, cuando murió, parecía como si alguien muy poderoso hubiera apagado la luz del mundo. Siempre que muere alguien que me duele suelo encerrarme en mi despacho y permanezco horas a oscuras escuchando cante del más duro, seguiriyas gitanas o tonás de Triana. Busco que alguien me apuñale el alma para que el otro dolor duela menos. He llorado viendo al genio del fútbol en sus momentos más malos, cuando aparecía en alguna televisión gordo como un sapo, descuidado, con los ojos hinchados, derrotado... Y he apagado la televisión cuando aparecían cosas de él que me avergonzaban. No puede ser, Diego, que digas eso o que hayas hecho lo que has hecho. Pero su muerte es un dolor y, pese a todo, le doy las gracias por haber nacido y haberse dedicado al fútbol, que empezó a ser magia con él, como el toreo comenzó a ser arte con Curro Romero o el cante, con Manolo Caracol o Marchena. Maradona no era la mano de Dios, era mucho más que eso. Pero nunca lo van a entender los que piensan que jugar al fútbol es solo darle patadas a un balón. Lo sería antes de que llegara don Diego, aquel niño de Lanús, en Buenos Aires, pobre, que eligió una pelota para que ya nada fuera igual en un campo de fútbol.