Alguna vez he contado que un hermano de mi padre, Antonio Bohórquez Ponce, de Arahal, me enseñó una mañana en el Centro de Día del pueblo, que el odio, el resentimiento y el desprecio solo sirven para crear más odio, más resentimiento y más desprecio. En mi pueblo fue muy dura y sangrienta la Guerra Civil de 1936. A otro hermano de mi padre, Frasquito, lo fusilaron con 26 años y solo un mes de casado. Me habían contado siempre que murió por una bala perdida, pero no, aparece en una larga lista de fusilados en el pueblo. Era jornalero del campo y seguramente tomó parte en algunas de las revueltas de aquellos primeros días de julio. Era el mayor de siete hermanos, los hijos y las hijas de Antonio el Sereno. Mi abuela Dolores sufrió mucho y acabó muriendo por un problema coronario años antes de nacer yo, acabada ya la contienda.
Aquella mañana en el Centro de Día, en los ochenta, entré a ver a mi tío y estaba jugando al dominó con varias personas de su generación que, como él, vivieron la guerra. Cuando acabó la partida se vino hacia mí para tomarnos una cerveza, y me dijo: “¿Ves a ese que está ahí, el de la chaqueta marrón? Pues era un criminal, se llevó a mucha gente por delante cuando la guerra”. Le pregunté que por qué jugaba con él al dominó, siendo socialista, y me respondió: “Hay que mirar hacia adelante”. Me lo dijo con los ojos humedecidos, pero con el pájaro de la nobleza posado en el entrecejo. En efecto, en Arahal han sabido mirar hacia adelante y ahora gobierna Izquierda Unida. Al parecer, bastante bien. Nunca lo ha hecho la derecha en democracia. Es decir, los vencedores.
Ayer me emocioné viendo cómo Rita Maestre, de Más Madrid, y el alcalde de la capital de España, el señor Martínez-Almeida, se entendían y aparcaban las diferencias para trabajar juntos por los ciudadanos en un momento de una gravedad incuestionable. Dieron toda una lección al país, con lo que les diferencia ideológicamente. Las mismas diferencias de mi tío Antonio con el cacique de la chaqueta marrón. Ojalá cundiera el ejemplo y fuéramos capaces de aparcar diferencias para salir juntos de una situación que nos va a marcar de una manera terrible. Esto no quiere decir que no haya que pedirle responsabilidades al Gobierno, que sí, por una mala gestión de esta crisis, pero más adelante, cuando no haya cientos de muertos cada día que, además, ni siquiera podemos enterrar dignamente. Nos va a doler esto durante décadas en las últimas habitaciones de la impotencia.