Almudena Grandes y la épica de la derrota

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05 dic 2021 / 04:00 h - Actualizado: 05 dic 2021 / 04:00 h.
"Tribuna"
  • Almudena Grandes y la épica de la derrota

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Sospecho que la música que entonan los escasos o muchos que nos despiden, es el reflejo de lo que fuimos, quisimos o pudimos ser, y a veces solo lo que un día soñamos. Como diría mi ensoñación del Norte, tal vez la existencia consista no en alejarse, sino en no moverse.

De la misma forma que los enterradores deslizan los féretros con despreocupada habilidad, me pareció divisar un cierto alivio en los presentes en el entierro de Almudena Grandes, donde la única emoción eran sus libros abrazados por impersonales asistentes a ese póstumo adiós, como quien espera una firma en el último stand de la Feria del Libro.

Me da que Almudena ya se había ido mucho antes y me espanta que ese código secreto de los que amamos el Verano como la única estación donde el calor te releva de lo gélido de la oscuridad, nos hayamos quedado con este puto frío al despertar que no tiene emoción que lo replique.

Con ella, se va la épica de los perdedores de la Guerra, cuyos descendientes siguen siendo la escoria nostálgica de esta España muerta y a los que apenas Jordi Soler y ella perpetuán en su conjura por no dejarlos partir definitivamente.

Así que, harto de ese Madrid donde el mar no puede concebir, cogí la mano de mi hijo y decidí adentrarme por ese sendero que solo conocen los roteños y que aboca a Punta Candor, la playa de Almudena, a la que llaman “la de las mil dunas” y que parte de un tenderete de churros ahora herrumbe de desgana de guiris.

Y mientras ambos tiritábamos desplazados por el viento de Poniente, que siempre me asustó frente al cierto de Levante, nos cruzamos con Inés y Jesus Monzón, aquel comunista español que en 1.944 creyó que invadiría la tierra arrebatada y hacia el que ella decidió huir a su solo encuentro, al son de los suspiros de España de Radio Pirenaica, ay de mi, pena mortal!!!; o el Doctor García, cuya identidad falsa le acompañó hasta convertirse en el de su propio pasaporte suplantado.

Rota es apenas una esquirla en el mapa, condenada al mar, no en vano, su tierra ha sido usurpada por una base americana. Es la península más libre, más salvaje, la pérfida oveja negra de los miarmas sevillanos de Chipiona o Sanlúcar. Aquí las decisiones se toman por el sentido del viento y fue así como intuí allí a Almudena, libre de las drogas y la morfina que te relegan la inteligencia frente al dolor. Qué espanto el cáncer...

Aquí no sonaba Sabina con Chavela como en el cementerio de La Almudena, ni había voces rotas de noches de parranda o lunas de miel.

Y era ella, sí, Almudena, la que bailaba. El último jalón de una España de perdedores de todas las batallas pero ganadores de la guerra por la añoranza y la poesía.

Y claro que yo hubiera elegido otra melodía, que “cada vez que duermo si ti, contigo sueño”, pero tú -Almudena- has sido la esperanza de los que sangraron por otro mundo, otra existencia de moscas mareadas alrededor de un botijo o inmensas sonrisas azucaradas de sandía.

Eso es, Almudena... republicana y libre. Eso es, Almudena y la Alegría...