Amancio Ortega vende el yate y ¡se queda con el dinero!

No hay día que no se tenga que hablar de los yates de Amancio Ortega, de sus donaciones millonarias o de su patrimonio. Eso sí, del nuestro ni hablar que para eso somos pobres

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25 nov 2021 / 12:39 h - Actualizado: 25 nov 2021 / 12:51 h.
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¿Cuántos yates se venden en el mundo cada año? ¿Cuántos millones de euros se gastan al mes los millonarios en obras de arte que parecen collages de un niño de primaria? Mucho de todo. Sin embargo, algunos, solo se llevan las manos a la cabeza si el vendedor o el comprador se llama Amancio Ortega. Da igual que las empresas de este hombre generen miles de puestos de trabajo y estabilidad a miles de familias. Da igual todo salvo que este hombre done una millonada a la Seguridad Social (también se critica con fiereza) o venda un yate.

Demos una vuelta de tuerca al asunto. Hablemos de todos nosotros. ¿Cuántos kilos de comida desperdiciamos al día en las ciudades de todo el mundo? Un dato. Con la comida que se tira en Nueva York al año se acabaría con el 40 por ciento de desnutrición en algunos países pobres. Con lo que se tira en Madrid o Sevilla se puede hacer un cálculo y nos debería avergonzar el resultado. Pero aquí lo que importa es que Amancio Ortega se compre un yate después de vender el que tiene ahora. Lo del despilfarro de la sociedad consumista en la que vivimos es otra cosa, eso corresponde a otro negociado.

Ya que estamos hablando de escándalos y de actitudes ante la vida... ¿Cómo mira usted al pobre que se encuentra en el semáforo y le pide una ayuda? Ah, que ni le mira. ¿Cuánto de su presupuesto anual ha dedicado usted a la ayuda de los pobres a través de Cáritas? Vaya, vaya. Pero señalamos a Amancio Ortega porque es muy millonario. ¿Ha pensado usted que para el pobre del semáforo el millonario es el que conduce y ni le mira?

La desigualdad en el mundo es un problema enorme y casi imposible de resolver. Pero que nadie piense que la culpa es de Amancio Ortega y de sus yates; la culpa es de todos los que vivimos mirando a otro lado y tratando de señalar a otro para limpiar la conciencia. Y es que, queridos amigos, detergentes para conciencias no existen.