Ambición, el nutriente de la superación

¿Cuál era el propósito del faraón? directamente: impresionar, que los pueblos vecinos fueran testigos de la grandeza de su reino, de la fuerza de su ejército, del poder del faraón...

Image
23 jun 2018 / 21:05 h - Actualizado: 23 jun 2018 / 21:08 h.
  • Ambición, el nutriente de la superación

Las antiguas civilizaciones (Mesopotámica, Fenicia, Egipcia) son cuna de interesantes lecciones, pues las ansias de crecimiento y las ambiciones, desde siempre han anidado en las mentes y corazones humanos. Grandeza, legado, pervivencia en la memoria... es lo que han buscado todas las civilizaciones desde el comienzo de la historia; fíjate, por ejemplo, en el imponente templo de Abu Simbel (Patrimonio de la Humanidad desde 1979) fue construido por Ramses II como recordatorio de su triunfo en la batalla de Kadesh, tardó la friolera de 20 años en construirse –edificado directamente sobre la piedra–, una obra de ingeniería impresionante... ¿cuál era el propósito del faraón? directamente: impresionar, que los pueblos vecinos fueran testigos de la grandeza de su reino, de la fuerza de su ejército, del poder del faraón... Una advertencia sobre su monumental magnificencia, tan bien construida que ha pervivido hasta nuestros días.

En ‘Modo Imhotep’

La palabra Imhotep es de origen egipcio, significa el que viene en paz y era el nombre de la mano derecha del faraón, el primer arquitecto conocido en la historia además de médico, astrónomo y sabio, diríamos que era el multitasking de la antigüedad... Antes de él, los faraones eran enterrados en mastabas: tumbas de piedra de una sola planta, hasta que Imhotep creó la pirámide escalonada de Saqqara, lugar de descanso del faraón Zoser. La tumba tradicional (mastaba), hasta entonces lo habitual, cayó en el olvido tras el ingenioso invento de Imhotep: la primera pirámide, compuesta por seis pisos, diseñada con la idea de que el faraón tuviera su propia escalera personal para acceder directamente al cielo. A toro pasao, parece una idea bastante obvia (las pirámides simbolizan, con mayor acierto, la grandeza de los faraones y los posicionan más cerca del más allá), pero en su momento, marcó una diferencia; de hecho, a partir de entonces, todas las tumbas de los faraones se erigieron con forma piramidal.

Imhotep era un hombre polifacético, motivado por sus ambiciones –las cuales le llevaron a escribir en la historia de la humanidad, nuevos y significativos renglones–. Llegó incluso a ser tratado como una divinidad, siendo el primer hombre que llegó a tener escrito su nombre junto al del faraón... Y habiendo nacido plebeyo, es todo un alarde de superación.

El que viene en paz no lo tuvo fácil, pero su ambición sirvió de acicate a su espíritu de superación. Si adoptamos como propio el Modo Imhotep, llegaremos a decir ¡YES!: Yo Estoy Satisfecho, pues no hay nada que satisfaga más que, a base de valía personal, dar forma tangible a todo aquello que nos hace soñar; en Modo Imhotep, caes en la cuenta de que «por la boca, vive el pez» –como diría Fito–, porque para crecer tienes que diferenciarte (y no callarte); en Modo Imhotep llenas de sentido el ser, porque cuando te llenas de objetivos y descubres cuál es tu pasión, tu propósito te lleva a experimentar una poderosa transformación, pasando de estar ciego a ser una persona de visión, la que se distingue por su genuina aportación al mundo.

Liliputienses emocionales

Afirmaba Mark Twain: «Aléjate de la gente que trata de empequeñecer tus ambiciones. La gente pequeña siempre hace eso, pero la gente realmente grande, te hace sentir que tú también puedes serlo». Y es que hay que tener mucho ojo con los liliputienses emocionales... ¿Recuerdas la novela de Jonathan Swift, Los viajes de Gulliver? una de las tierras a las que llega Gulliver es Liliput, una isla que se distinguía por una particularidad muy especial: sus habitantes no medían más de 15 centímetros; pues las personas que intentan, por todos los medios, empequeñecer tus sueños y ambiciones son precisamente eso «liliputienses emocionales», personas con mentes, corazones y objetivos tan diminutos que necesitan reducir los tuyos a un tamaño aún menor para sentir que siguen conservando su lugar... Sigue el sabio consejo de Twain y aléjate de estas personas porque los seres humanos verdaderamente grandes (gigantes de mente, corazón y visión) son aquellos que te ayudan a cumplir con tu misión, alimentando tu ilusión y generando, a su paso, satisfacción (personal, profesional, humana, social...).

¡Apuntando a la luna!

Un antiguo proverbio árabe nos dice: «Quien se empeña en pegarle una pedrada a la luna no lo conseguirá, pero terminará sabiendo manejar la honda». Y es que para desarrollar maestría, la ambición que nos lleva a establecer objetivos elevados, es una buena guía. Si nuestra superación personal fuera una criatura, la ambición sería la leche de la que se nutriría. Una distinción importante: la ambición no puede equipararse a la avaricia.

La persona ambiciosa es aquella que encauza sus esfuerzos en la consecución de objetivos, es una apuntadora a la luna, consciente de que todo aporte, suma, si te cruzas en su camino, te brindará su ayuda para que llegues a tu destino; mientras que el ser avaricioso (en las antípodas del generoso) queda cegado por su afán desmedido de poseer –lo suyo y lo tuyo–, por tanto, nunca conocerá el verdadero significado de crecer porque siempre estará solo, el avaricioso es un «liliputiense emocional».

Tenlo claro: ¡activa tu Modo Imhotep! supérate, ten ambiciones y siempre que tengas oportunidad, aporta valor a mentes y corazones.