Muchos amigos que no han votado a Juanma Moreno, el presidente de la Junta, me dicen que todo es un desastre en nuestra región: la sanidad, la educación, el empleo, etc. Confieso que no vivo la política andaluza muy de cerca y que no sé si eso es verdad. El pasado fin de semana me lo pasé informandome y la verdad es que no veo el desastre por ninguna parte. Es técnicamente imposible que un gobierno se lo cargue todo en tres o cuatro años. Si el presidente lo ha logrado, es que es un fenómeno digno de ser analizado. Lo que veo es que hay mucha calma en Andalucía, como si la política hubiese pasado a un segundo o tercer plano, y eso es bueno.
Desayuno cada día en bares de la Puebla del Río, Coria o Palomares y de lo que se habla es de la política nacional, de Sánchez, Abascal o Feijóo, y muy poco o nada de Juanma Moreno. Recuerdo cuando en nuestra tierra nada más que se hablaba de corrupción, y eso se ha acabado. Puede ser que sea porque hay una oposición que se centra más en otras cosas. También porque el columnismo politólogo regional está más pendiente de lo que pasa en Madrid o Barcelona, en el Congreso y el Parlamento de Cataluña, que lo que ocurre en la Macarena.
Sinceramente, creo que estamos mejor, al menos en este aspecto, en la calma ciudadana andaluza, que ya era hora, porque eso no era vivir. Como no es vivir que a nivel nacional estemos todos los días dándonos garrotazos. Me gusta el sosiego andaluz y no quiero decir con esto que haya votado al actual presidente, porque no soy votante de la derecha. Lo haría sin titubeos, porque soy un hombre libre y, además, lo diría sin ningún miedo. No me dan miedo la derecha ni la extrema derecha, porque ser demócrata implica no tener miedo a nada y mucho menos a que pueda gobernar un partido al que no voto. Eso de que aquí, en Andalucía, no estemos todo el día hablando de franquistas, nazis o fachas, también me parece un avance.
Hay coplas flamencas que vienen que ni pintadas para el hecho de que vivamos esta placentera calma política, y ésta es la que más me gusta:
Cada vez que considero
que me tengo que morí
tiendo una manta en el suelo
y me jarto de dormí.
Traducido al lenguaje coloquial, al señor de la copla -seguramente un alfarero de la Cava Vieja de Triana, porque es una soleá alfarera-, le importaba un carajo morirse. Un andaluz de pura cepa, de los de mosto a media mañana y cafelito y puro a media tarde, al que hoy le importaría un pimiento, por no decir un cipote, si gobiernan moros o cristianos.