Decíamos la semana pasada que el espíritu andalucista debería basarse en la cultura del esfuerzo y en la convicción de que realmente queremos hacer de nuestra tierra un lugar próspero. Hay quien piensa que Andalucía tiene las condiciones únicas para convertirse en la nueva California, con todo lo que esto conlleva: menor carga fiscal, apuesta por el I+D+i y un claro mensaje a las empresas de que es lugar de inversiones. Cierto es que cada vez más, multinacionales ven en nuestro particular paraíso un lugar para desarrollar su actividad. Y hoy quiero cerrar este ciclo de columnas sobre Andalucía hablando del papel de las grandes empresas en nuestra tierra.
Y no quiero culpar a los autónomos de nada. Ellos son los verdaderos sufridores de un sistema que en lugar de apostar por el eslogan “Ven y quédate” ha colocado desde los 80 el manido y anquilosado “Cuidado: perro peligroso”. El Cave Canem latino. ¿Cómo es posible que un autónomo tenga que facturar casi 3000 euros al mes para poder sacar apenas 1000 euros limpios de polvo y paja? En esto creo yo que debemos fijarnos en Navarra y País Vasco, fueros aparte.
Pero centrémonos en las grandes empresas, las que apuestan por una gran inversión y quieren hacer prosperar esta tierra con sectores que van desde lo más tradicional a lo más puntero e innovador: desde la maquina que deshuesa aceitunas hasta la que diseña partes insospechadas del próximo transbordador espacial que viajará al espacio exterior.
Las fábricas del siglo XXI tienen que ir de la mano de las escuelas e institutos públicos, privados y concertados para formar a los técnicos y especialistas del ahora. No del mañana, que puede ser tarde. Desterremos de una santa vez el dichoso ‘mañana’ por el que nos conocen en muchos países europeos. Ya lo criticaba Larra en el siglo XVIII: “Vuelva usted mañana”. No, mañana , no. Quiero que sea ya.
Por eso una de las medidas más urgentes que debería adoptar la consejería de Educación es la de conocer el papel real que nuestros centros educativos desarrollan formando a nuestro alumnado. Y de ahí que, si de subvenciones estamos hablando, se destinen de forma real y equitativa a renovar materiales, a dejar de rellenar papeles y papeles que solo hacen hacer a la burocracia protagonista y dejar en un segundo plano a la acción laboral per se; en definitiva, a apostar por la FP dual pero de forma real y clara.
Hubo un tiempo en el que las grandes fábricas eliminaban de un zarpazo el paro que un pueblo podía tener empleando a centenares y centenares de trabajadores. Esto ya ha acabado con la globalización. Por lo tanto, la prosperidad de una región debe basarse en intentar que la sociedad se adapte a los tiempos que corren. Y las empresas han de jugar un papel esencial en este cambio de paradigma.
No quiero únicamente empachar de halagos a los empresarios de nuestra tierra, pues aún queda mucho por hacer. Cosentinos hay pocos en Andalucía, pero sí mucha creatividad. Sé que cuesta trabajo, pero, querido empresario, debes apostar de una vez por todas por el I+D+i. Si queremos mirar a medio y largo plazo, es lo único que nos permitirá sobrevivir al torbellino que nos viene de fuera y a la segunda crisis que se está mascullando en el mundo.
En nuestra tierra no toda la culpa ha sido de la clase política. En estos cuarenta años de parón, parte de la clase empresarial andaluza ha mirado para otro lado ante millones y millones de subvenciones que han acabado en sabe Dios qué. La UE ha regado de millones a muchas de estas empresas, muchas de las cuales acabaron en la picota; otras, sosteniéndose en el sector público en el que fulanito o menganito otorgaba licencias. Pero, ojo, a nadie le amarga un caramelo, y más cuando esta práctica permitió a muchos de ellos elevar su nivel de vida hasta límites insospechados.
Esto ha de acabar. Si llegan subvenciones de lo público, inviértanse en formar y adaptar a la sociedad, a los trabajadores y a las mentalidades decimonónicas a lo que está por venir. Y busquen más allá de las ventanillas, muévanse y eliminen de un zarpazo la manida y recalcitrante etiqueta de que el empresario andaluz es “un señorito a caballo” que “explota a los trabajadores”. No es cierto, pero tampoco se ha luchado arduamente contra ello.
El gran empresario andaluz debe, en estos momentos de cambio, tener visión de futuro, mirar a los ojos a los actores del hoy y luchar por su bienestar y el de la sociedad a la que sirven. Cuando el binomio cabalgue suave sobre praderas verdes, las etiquetas caerán por sí mismas. Pero para ello, hay que querer. Y en ello hay que seguir trabajando para, ahora sí, despertar a la bella durmiente andaluza de un letargo secular.