Para el gentío mundial y para los sevillanos en particular los bares o locales parecidos son indispensables. A mí también me gustan, pero sin griterío, eso lo dejo para llevar a los forasteros y que vean el ambiente y los camareros que aún se colocan la tiza en la oreja y anotan las consumiciones sobre la barra, la costumbre les chifla a los extranjeros, sobre todo a los norteamericanos que están acostumbrados a que les pidan dinero antes de beberse la cerveza.
El tapeo en Sevilla es tan importante como la Giralda, la comida rápida de los sevillanos no se llama Burger King ni McDonald sino tapeo que es más saludable y variado. Además, es un fenómeno extraordinario eso de sentarse en un velador, en la acera, a una buena distancia del bar, y beber y comer y luego cuando acabas o pides la cuenta o vas tú mismo a pagar a la barra. Para otras cosas no, pero en este aspecto el sevillano da una lección de responsabilidad y de madurez a cualquiera.
Hay otros detalles en los que quizás no caigamos y son de destacar. Eso de que te estés haciendo pis o de que necesites un vaso de agua y entres en un bar y te den el agua gratis y con simpatía o que, con permiso o sin él, puedas echar una meadita es extraordinario. En Alemania suele haber alguien –inmigrante por regla general- que te cobra el desbebe; sin ir tan lejos, en la estación de Atocha, en Madrid, no sé a cuánto estará ahora el desahogo, pero hay que pagar por hacer una necesidad inaplazable contra la que no puedes luchar con la razón, sobre todo llegados a un punto culminante.
En Londres, como entres en un pub y te vean que sólo vas a miccionar te pueden decir que no, a mí me ha pasado, como también me pasó cuando intenté hacerlo en algún servicio de los estudios Abbey Road tras la foto de rigor en el paso de cebra de The Beatles y allí tampoco me dejaron. No vayan ustedes a creer que yo voy por Londres meando en todos sitios, es que se terció un par de veces la emergencia, por ahora la próstata va aguantando a duras penas, lo de Londres sería cistitis por la rasca.
Pero el ruido de los bares, eso sí que me jode. No es sólo en Sevilla, me acuerdo de otra de mis estancias en Londres, entré en un pub en pleno partido de fútbol, supongo que relevante, y menudo ambiente había allí de follones y alcohol. Quería comer algo y sin embargo prefiero quedarme con hambre antes que aguantar la algarabía y después hacer mal la digestión.
Eso es lo que no aguanto en los bares de Sevilla, no entiendo cómo la gente llama divertirse, comunicarse, distraerse, a un ambiente de tal guisa. Todavía si estás sentado en una mesa en la calle la cosa se dispersa –y ahora con la pandemia más disperso, en teoría, a dos metros unos de otros- pero dentro del bar, o de determinados bares, madre del amor hermoso, más de un ataque de ansiedad me ha dado y no exagero.
La importancia de los bares en Sevilla va más allá de lo narrado. Si hay menos ruido pueden llegarse a acuerdos laborales y hasta de negocios. Si quieres lograr algo relevante en Sevilla, es casi indispensable que te eches una cervecita con unos y con otros, eso puede valer más que una reunión de trabajo o que una charla en otro lugar o que elaborar una obra cumbre en cualquier campo de la creación o una investigación sesuda. Por tanto, atención al consejo: en Sevilla, antes muertos que sin bares.