Los medios y los días

Aplausos a los hipocondríacos

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09 abr 2020 / 06:00 h - Actualizado: 09 abr 2020 / 06:00 h.
"Los medios y los días"
  • Vecinos se asoman a sus balcones para animar con sus aplausos a los servicios sanitarios. EFE
    Vecinos se asoman a sus balcones para animar con sus aplausos a los servicios sanitarios. EFE

Si los informativos siempre han estado cargados de sucesos y de catástrofes y además no dejan de publicar noticias anzuelos como por ejemplo la que encabezan con estas palabras: “Los 11 alimentos que te están matando”, y para ilustrar el “titular” adjuntan la foto de una lata de sardinas –con lo buenas que están-, ahora con el coronavirus existe el pancoronarivismo o, lo que es igual, todo es coronavirus en los medios y si en un informativo sobrara tiempo añaden algunas noticias extras pero son también de desgracias.

Me imagino lo que están pasando las personas hipocondríacas y me pregunto si no se merecerían que alguno de esos aplausos que pululan por ahí fueran para ellas. El hipocondríaco sufre en silencio la pandemia tanto sí tiene como si no tiene el virus dentro; si lo tiene porque se hinca de rodillas para rezar y despedirse del mundo y si no lo tiene porque cree que lo tiene o le va a entrar en cuestión de segundos. Con cada tos, con cada estornudo, con cada ataque de ansiedad se dice a sí mismo: “Dios mío, ya está aquí”, aunque la tos le haya entrado porque se la haya ido por mal sitio su misma saliva, el estornudo se lo haya causado un rayo de sol o una pizca de polen o de polvo y el ataque de ansiedad le haya producido eso que se llama “hambre de aire” que da la impresión de que te falta el aire y sin embargo no falta, es que el cerebro lee mal, es un analfabeto vital y no rige bien.

No sé dónde andará estos días Woody Allen pero cuando me informan sobre Nueva York como centro de la pandemia en USA me acuerdo de él, lo imagino como en una de sus películas dando tumbos de un lado a otro por su apartamento en Manhattan y diciéndose a sí mismo: “Dios mío, me noto caliente y no es sexual, debo tener fiebre, esto es ya el virus, ha llegado el fin, encomendaré mi alma a un paracetamol y dos aspirinas”.

A los hipocondríacos nadie les echa ni puto caso, hasta los médicos llegan a reírse de ellos, pero es una auténtica enfermedad y muy seria porque no te deja vivir. El día que aparezca un virus que cause hipocondría se convencerán y el sistema sanitario se colapsará más que ahora porque la hipocondría origina toda clase de síntomas y por tanto el que la padece se cree que lo tiene todo. Yo vivo rodeado de hipocondríacos, empezando por un tal Ramón Reig. Le estoy diciendo todo el día al tío que no se me pegue tanto que puede ser portador y, como Drácula, me va a morder para matarme en lugar de convertirme en un inmortal chupasangre. No me hace ni caso y, hala, ahí pegado, echándome el aliento, y encima me dice que soy un hipocondríaco.

Díganme entonces si todo este sinvivir que llevamos para delante los hipocondríacos no se merece un aplauso que, supongo, alguno sobrará de tanto como se palmotea por ahí. Aunque, mejor pensado, acaso sea más acertado dejar la fiesta para otro momento no vaya a ser que nos creamos que el aplauso nos lo brindan para animarnos porque estamos contagiados y es una forma de consolarnos ante una muerte inminente.