Llevo cuarenta años esperando a que a alguno de los directores de la Bienal se le ocurra hacer una edición didáctica. Es posible crear una programación interesante, de no más de veinte días, en la que cada espectáculo por encargo sea como adentrarse en el túnel del tiempo y verse, por ejemplo, en la célebre fiesta de Triana que describe Serafín Estébanez Calderón en Un baile en Triana (1842), en la que estuvieron Antonio Monge El Planeta, tatarabuelo de Caracol, y Antonio Ortega El Fillo, bisabuelo materno del torero Cagancho, entre otros artistas. Lo he dicho muchas veces, con el consiguiente cabreo de los castizos sevillanos: Sevilla no sabe casi nada de la historia de este arte, con lo importante que fue nuestra ciudad en su creación. Han caído en el olvido artistas como Miguel y Manuel de la Barrera, Amparo Álvarez La Campanera, Manuela Perea La Nena, Petra Cámara, el Maestro Pérez, el Maestro Otero, José Lorente, Manuel Ojeda El Burrero, Silverio Franconeti y cien más.
Todos ellos fueron los creadores de este arte y nada hay en Sevilla que los recuerde. Todavía está en pie la casa de la calle Potro donde vivió Silverio, que podría ser la sede de un centro de documentación sobre el artista o del flamenco sevillano en general. La Bienal podría contar la historia del flamenco en Sevilla, para los propios sevillanos y para los que vienen de fuera y no saben nada de lo que fue este arte en el XIX, cuando existían aquellos cafés cantantes tan famosos en todo el mundo, como los de Silverio o el Burrero, el de Juan de Dios Domínguez, el Salón Novedades, El Filarmónico y tantos otros. Y había artistas en casi todas las calles de barrios tan castizos como Triana, la Feria, San Juan de la Palma, la Alameda, la Macarena o la Alfalfa.
Todo se podía contar en una de las bienales. El desembarco en Sevilla de los artistas jerezanos, gaditanos o malagueños. Las célebres academias de Félix Moreno, Miguel y Manuel de la Barrera o el cordobés Ángel Pericet Carmona. La gran labor del Maestro Otero, de la calle San Vicente. El nacimiento de los cafés cantantes y las mil y una historias que ocurrieron en ellos, como el crimen del Canario de Álora en la Nevería del Chino, los debuts de Dolores la Parrala, Rosario la Mejorana, Fosforito el de Cádiz o Chacón. Los tabancos de la Alameda, con una concentración de artistas de toda Andalucía, que no se ha dado en ninguna otra ciudad del mundo.
¿Por qué Sevilla no cuenta esto al mundo? La Bienal, que entró hace años en una rutina insoportable. Pongan a trabajar ya a los artistas y que creen espectáculos en honor de aquellos genios olvidados del cante y la guitarra y de aquellas bailaoras y cantaoras rollizas, valientes y libres, que murieron en la miseria, como fueron Enriqueta la Macaca, Juana la Macarrona, la Malena, la Sordita, su hermana la Serrana o María la Moreno.