Los medios y los días

Arrancarnos trozos de vida

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11 ene 2022 / 04:00 h - Actualizado: 11 ene 2022 / 04:00 h.
"Los medios y los días"
  • Café de París, en Sevilla, junto a la calle Sierpes, construido entre 1904-1906, diseñado por Aníbal González, derribado en los años 70.
    Café de París, en Sevilla, junto a la calle Sierpes, construido entre 1904-1906, diseñado por Aníbal González, derribado en los años 70.

El Café Central de Málaga ha cerrado sus puertas por falta de relevo generacional, entre otras vicisitudes como son el desacuerdo entre la familia que ostenta la propiedad del lugar sobre el que se levanta. “¿Por qué cierra el Central? Por un lado, porque Rafael [Prado, el dueño] ya tiene 67 años y cree que ha llegado el momento de jubilarse; por el otro, por problemas con la propiedad del edificio que, pese a ser familia, han impedido la continuidad del negocio tal y como era su deseo”. Así explicaba el hecho Juan Soto en el diario Sur.

Puede que a los lectores más jóvenes este hecho les resulte poco llamativo pero a los que cargamos con una edad el cierre de cafés y bares, en este caso, que incluso fueron lugares culturales, no es extraño que signifique arrancarnos un trozo de nuestras vidas. En Málaga, los clientes del Café Central desean llevarse a casa algún recuerdo de ese local como reliquia. Es lógico porque, tras más de un siglo abierto, aquel lugar era ya mucho más que un simple negocio. El cocinero llevaba treinta años trabajando en él y el dueño, el citado Rafael Prado, confiesa que lleva noches durmiendo mal o sin dormir y que no sabe cómo va a reaccionar cuando el 15 de febrero deba entregar las llaves del local que se cerró el pasado domingo día 9 sin que el propio Rafael asistiera al cierre por motivos emocionales.

El caso me ha recordado una de las escenas finales de la película Cinema Paradiso, cuando proceden a la voladura del edificio del cine que fue durante decenios el centro social y la gran ilusión del pueblo donde estaba ubicado. Aquella construcción cayéndose en medio de una polvareda mientas que quienes fueron sus clientes lo contemplaban todo con lágrimas en los ojos es la metáfora del tiempo que transcurre dejando tras de sí un reguero de crueldad por otra parte lógico e inevitable. Apenas significa algo para la Historia pero mucho para la microhistortia de un ser humano.

Sevilla sabe de sobra sobre bares y cafés que fueron, aunque alguno quede en pie todavía. Laura Liñán desde Abc nos informa de que “como cuenta Joaquín Arbide en su libro «Sevilla, siempre en un bar. De la tiza al ordenador» (Ed. Samarcanda), a finales del siglo XIX y principios del XX la calle Sierpes fue la que mayor número de bares reunió en toda la ciudad. «Al rememorar algunos nombres todavía resuenan en nuestra memoria: Nuevo mundo, Central, Suizo, Pasaje de Oriente, Emperadores, Nacional, Royal, Calvillo, Madrid, Cabeza del Turno, Iberia, Europeo y Universal, terminando con el único que sigue vivo: Bar Laredo», recuerda Arbide.

Más reciente tenemos los cierres del Bar Citroen, Becerra, Casa Eme, Casa Manolo de Triana, Grana y Oro, La Isla. En cuanto a cafés, a veces Manuel Bohórquez nos ofrece datos sobre los muchos cafés cantantes que hubo en Sevilla. Alberto García Reyes ya nos ilustró hace años con algunos: “los cafés cantantes de Sevilla acogieron no sólo a las mayores figuras de la historia del flamenco hasta los años treinta del siglo pasado, sino a ilustres intelectuales que fueron a deleitarse con el arte jondo a estos locales: Estébanez Calderón, Jacinto Benavente, George Borrow o Borges están en la nómina de visitantes a estos negocios que proliferaron en el centro de la ciudad creando incluso grandes disputas entre los aficionados. Silverio Franconetti y Manuel Ojeda, el Burrero, pasaron de ser socios en el Café de la Escalerilla de la calle Tarifa, en la Campana, a ser grandes adversarios”.

Tal vez el café cuyo derribo dolió y duele más a Sevilla fue el París. El Café de París tenía en la primera planta un salón de billares, y era lugar de reunión de la alta clase media y la burguesía, así como de toreros y artistas. Durante la Guerra Civil cambió su nombre por el de “Café de Roma”. Acabó siendo derribado, como tantos edificios, durante los años 70 del siglo XX. Fue una pérdida irreparable, puesto que apenas se conservan edificios del periodo modernista de Aníbal González, el arquitecto que lo creó.

Trozos de nuestra vida que la vida se lleva; trozos de las vidas de otras personas que ya no están pero que sufrieron esas pérdidas; pérdidas lamentables que siguen y seguirán y que acaso nos hagan pensar que cada vez es menos nuestro el mundo en el que habitamos.