Reconozco que soy de los que, todavía hoy, traduce a pesetas algunas cantidades. Si no quiero hacer una compra calculo, tan rápido como puedo, lo que supone ese gasto en pesetas. Es un método infalible porque el resultado tira de espaldas. Sé que hago trampas porque no pienso en los veinte años que han pasado desde que nos endosaron el euro sin que supiéramos que con esa moneda se nos complicarían las cosas enormemente. El euro nos dejó, incluso, sin imaginación. De forma coloquial, al euro se le llama ‘pavo’. Pero esa forma de referirse al euro es prestada. A los ‘duros’ antiguos es a los que se llamaba ‘pavos’. Porque en la moneda aparecía un águila. Con el euro no hubo forma de encontrar un ‘apodo’. Y eso en España es trágico.
Vamos a ver algunos ejemplos maravillosos que suponen un auténtico cataclismo en las mentes de los españoles que, como yo, tenemos años para regalar.
Cada mañana, usted se toma un café en el bar que está junto a la oficina. Un bar que es bastante cutrecillo por regla general. Vamos a evitar en este ejercicio pensar en lugares de lujo. Sería insoportable. Pues bien, se toma un café y paga por él la bonita cantidad de 1,30 euros. Es un precio medio. Acaba de pagar 216 pesetas. ¡Un café 216 pesetas! Algo impensable en el año 2000.
Cada día compra usted una barra de pan. Supongamos que ese pan es normal y corriente. Nada de cosas especiales que son carísimas. Una pistola, vaya. Paga usted, de media, 50 céntimos de euro. Es decir, 83 pesetas. Otro disparate.
Voy a facilitar las cosas a todos aquellos que quieran dejar de fumar. Cuando un fumador paga (cada día en el mejor de los casos) 4,50 euros por su paquete de tabaco, está entregando la estimable cantidad de 749 pesetas. Barato, lo que se dice barato, no es esto de fumar. Para que se hagan una idea, les recordaré que una cajetilla de LM en 2001 costaba 310 pesetas y una de Marlboro 400 pesetas. Y ya en aquel momento las subidas eran de locura.
Le sugiero que calcule lo que se ha gastado hoy y lo traduzca a pesetas. Antes de deprimirse sin remedio, piense que han pasado veinte años desde que nos colocaron el euro. Igual eso le alivia un poco.
He escrito esta columna mientras tomaba un café en un bar. He pagado y el cambio ha sumado 55 céntimos de euros. Eso son 92 de las antiguas pesetas. El año 2000, cuando el café costaba 80 pesetas, más o menos, no hubiera dejado una propina que estuviera por encima del precio del producto consumido, ni loco. Y, como sigo traduciendo a pesetas, tampoco lo voy a dejar hoy. Aunque la inflación acumulada desde 2000 hasta hoy sea del 40-45 por ciento, a mí me parece un exceso. Soy un antiguo, no lo puedo evitar. Y es que pienso que nos hemos estado estafando, unos a otros, desde principio de siglo. Sin piedad alguna. Y me da mucha pena. De verdad.