Esta expresión la puso de moda Josep Pedrerol en uno de sus programas futbolísticos y se ha ido expandiendo como la pólvora por redes sociales y en barras de bar.
Me hace mucha gracia cuando alguien trata de insultar a otro llamándolo becario. Para mí, ser becario nunca ha sido un insulto ni una humillación.
Cuando un periodista comete una errata o escribe algo que no le gusta al respetable, se suele acudir a esta frase para echar por tierra la labor del mismo. He tenido la suerte de coincidir con compañeros en prácticas que le daban mil vueltas a profesionales que llevan 30 años en el gremio.
Leer la palabra becario significa viajar al pasado. Me retrotrae a un medio día en la Plaza del Salvador repitiendo treinta veces una entradilla porque era incapaz de decir dos frases seguidas mirando a la cámara. Me hace viajar a unos tiempos en los que no sabía por el canal por el que se metía el audio a la grabadora. De tardes interminables mirando teletipos y cambiando los tiempos verbales. De salir de las clases para grabar una sección para un programa matinal nacional. De cervezas de pescuezo escuchando historias de vida de compañeros que nos sacaban varios trienios.
Todos somos becarios. De una forma u otra todos los días aprendemos cosas: en el amor, en las relaciones personales, en el trabajo o con las nuevas tecnologías.
Ser becario es ser joven y tener toda la vida por delante para aprender y vivir. Ojalá siempre fuéramos becarios.