La Tostá

Buen viaje a Manuel Herrera Rodas

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
14 oct 2020 / 08:01 h - Actualizado: 14 oct 2020 / 08:03 h.
"La Tostá"
  • Foto: Fundación Cajasol
    Foto: Fundación Cajasol

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Se están yendo todos, esto es un desastre. Ayer se fue, casi de puntillas para no despertarnos, don Manuel Herrera Rodas, maestro por partida doble: de escuela y del flamenco. Tenía 83 años y se lo ha llevado un cáncer que tapó lo que pudo, aunque sus más allegados sabíamos que una seguiriya gitana lo andaba rondando. Padecía un cáncer y una infección se lo ha llevado en un año muy hijo de perra, 2020. Ayer me daba la noticia el cantaor palaciego Miguel Ortega y me dio hasta mareo porque hace solo unos días leí cosas suyas en su muro de Facebook precisamente sobre la muerte de otro gran hombre del flamenco, del mundo de las peñas, como fue el sevillano Antonio Bonilla. Comentaba el artículo que había firmado sobre Bonilla y hasta me citaba. Un tremendo mazazo, sin duda, una noticia que ha conmocionado al mundo del flamenco de una manera tremenda. Tenía solo 18 años cuando lo conocí en una peña flamenca, la de Tomares, a la que había ido a llevar el primer número de Sevilla Flamenca, que dirigía el trianero Emilio Jiménez Díaz y que él dirigió también años más tarde. Manuel iba siempre con Paco Cabrera de la Aurora, el gran palaciego que creara el Pozo de las Penas, la peña flamenca de su pueblo, y que ayudara, con el propio Herrera, al nacimiento de la Bienal de Flamenco, que dirigió unos años. Manuel ha hecho tantas cosas que merecería no un artículo sino un libro de mil páginas. Y siempre de una manera entregada y generosa. Si hubiera que destacar una cualidad, de las muchas que atesoraba, sería la generosidad. Y, desde luego, su anchurosa sonrisa, que lo alumbraba todo a su alrededor. Nunca vi enfadado a Manuel Herrera, ni siquiera cuando criticaba su gestión en la Bienal, que tuvo sus aciertos y errores. Desde luego, en comparación con lo que vino luego, su labor fue excelente. No podía ser de otra manera porque era un hombre brillante, entregado y con capacidad para crear equipos de trabajo. Destacaría su labor en la ITEAF, que él mismo creó para ayudar a los flamencos mayores más necesitados. Quitó mucha hambre a los últimos de la fiesta, como él los llamaba. Incluso creó un espectáculo con ese nombre para que se ganaran el pan que necesitaban para sobrevivir. “Manolo es un santo”, me dijo un día la Tomasa, la madre de José el de la Tomasa. Lo era, sin duda. Un hombre bueno en el más ajustado sentido de la palabra. Andalucista de pro y amante de todas nuestras tradiciones y costumbres populares. No es extraño que ayer ardieran las redes sociales y que hubiera tanta gente llorando por los rincones, como dice la seguiriya negra que se lo ha llevado junto a Paco Cabrera y Antonio Mairena, sus dos grandes amigos. Buen viaje, maestro.