Los medios y los días

Buenos tiempos para los raros

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27 oct 2020 / 04:00 h - Actualizado: 27 oct 2020 / 04:00 h.
"Los medios y los días"
  • Foto: EFE/Biel Aliño
    Foto: EFE/Biel Aliño

Como nunca llueve a gusto de todos, lo mismo que unos se están hartando de ganar dinero con la pandemia y otros van a la ruina, algunas personas raras, entre las que me encuentro, estamos muy a gusto con toques de queda y confinamientos, siempre y cuando el virus nos respete. La verdad es que nos hallamos en un paraíso de sosiego donde uno tiene la oportunidad de hacer lo que diversos experimentos demuestran que la mayoría no quiere hacer: estar a solas con sus pensamientos y estudiando al mundo una vez que se ha vivido más o menos intensamente en su interior, a pie de tajo.

La situación es triste, desde luego, porque enciendo la radio a las 6 de la mañana que es cuando empiezan los informativos en las distintas cadenas y no hay más que cifras de muertos y contagiados, antes nos cascaban un informativo donde los sucesos tenían una gran presencia, ahora hay sólo un suceso que lo copa casi todo. A eso añaden lo malo que es Trump en las emisoras progres y lo mal que lo están pasando en Europa para de esa manera que la gente vea que el que no se consuela es porque no quiere y mal de muchos, consuelo de tontos y por tanto voto a Sánchez, y casi hemos terminado el informativo, hasta parece como si hablaran menos del tiempo.

De todo esto y del simplón ése llamado Marcos Mostaza, me parece, que desde RNE nos larga a las 7 de la mañana la historia de una canción gringa, por lo general, como si no existieran Europa ni España, uno se va recuperando porque para divertirse no hay más que escuchar la homilía progre de Angels Barceló en la SER y la catilinaria de Carlos Herrera en la COPE, con sus insultos correspondientes. Me gustaba más Jiménez Losantos y a veces lo escucho en su emisora, Losantos sí que sabe insultar y vilipendiar, es un hombre culto, como Herrera, lo que sucede es que debe leer casi siempre a autores que miran en la misma dirección, pero es que de eso vive este hombre, de mirar siempre para el mismo sitio y de divertirnos a los raros, al menos a mí. Si se desea algo de equilibrio en las homilías y filípicas -ahora llamadas monólogos, viejo nuevo género periodístico- hay que acudir a Carlos Alsina en Onda Cero que no está el hombre tan encabronado, se nota que es más joven.

Una vez henchido de radio, el raro, que ya había estado pensando no en lo que dicen sino sobre todo en lo que no dicen los sacerdotes de las ondas, en lo que se deduce de lo que dicen y de lo que no dicen, el raro, decía, se encierra en su estudio y por la ventana pasa toda la vida, la Red le ofrece más actualidad, mucha y buena, y el móvil también. Hay que aguantar cantidad de morralla publicitaria, pero la ignora uno o la borra y adelante.

El raro escribe, pinta, esculpe, investiga, lee, piensa, compone música, se emociona con piezas musicales excelsas, llora por los seres queridos que se fueron, por todos los que lo están pasando mal, llora con lágrimas o sin ellas, estudia la Historia de los seres humanos y la evolución en general para no olvidar lo que es, nada, alguien más pequeño que una pizca de ceniza. Se divierte también con los eternos inventores de la rueda, con los mensajes y vídeos que le llegan de amigos y conocidos, siempre encerrados en sus propias ideas ancestrales e inmutables, los pobres.

El raro a veces sale de su celda, se coloca la mascarilla y se encuentra con otras personas, muy escogidas, que no tienen por qué ser raras, como él, con las que comparte una copa, unas risas y unas inquietudes, cuidando la distancia y desinfectándose las manos. En otras ocasiones sale a pasear y vive en directo la grandeza de un amanecer o de un ocaso y piensa: que se vaya el virus y que se quede esta quietud, aunque sepa que eso es imposible. Y así vive a tope la vida el raro, sin bares, sin locales nocturnos, con poca TV..., si quiere una cerveza, va al frigorífico, si quiere una novia, la llama y se encuentra con ella, si quiere una discoteca, le da caña a su música y se marca un baile en su propio estudio. Como afirmaba el poeta Vladimir Mayakovski, el raro del que hablo sólo necesita dos camisas: una para ponérsela mientras la otra se está lavando, le importan un rábano las modas a este raro. Con este tipo de raros el mundo del consumo se vendría abajo en unos meses.

Por todo lo que he dicho, nadie quiere a los raros, pero ellos se quieren tanto a sí mismos que eso les debe importar un pimiento.