¿Cabeza de ratón o cola de león?

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14 ene 2021 / 17:02 h - Actualizado: 14 ene 2021 / 17:09 h.
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  • ¿Cabeza de ratón o cola de león?

En el mundo del fútbol profesional existe un concepto llamado ‘Derechos de Formación’. Esto es lo que reclamará un club a otro después de formar a un jugador. El club que ficha a ese deportista paga una cantidad (la FIFA la fijo en un rango que va de los 10.000 a los 90.000 euros dependiendo del club del que sale ese joven que ha aprendido todo en el que deja). La FIFA redactó de este modo la norma en su Reglamento sobre el Estatuto y Transferencia de Jugadores: «La indemnización por formación se pagará al club o clubes formadores de un jugador: 1) cuando el jugador firme su primer contrato de profesional y 2) por cada transferencia del jugador profesional hasta el fin de la temporada en la que cumple 23 años. La obligación de pagar una indemnización por formación surge aunque la transferencia se efectúe durante o al término del contrato».

Tiene mucho sentido todo esto en el fútbol. Y en lo que no es fútbol. Actualmente, y la cosa viene de lejos, son muchas las empresas que se encuentran con enormes dificultades al perder talentos que escapan a otras (suelen ser más poderosas y resultan muy atractivas a los jóvenes que buscan una carrera profesional más luminosa) dejando huecos que se cubren, inevitablemente, con personas menos preparadas. Se forma al sustituto y, pasado un tiempo, vuelve a repetirse la misma historia.

Es evidente que hablo de algo absolutamente legal. Pero no dejo de pensar en lo que veo a mi alrededor. Muchos de esos jóvenes se van por un sueldo algo mayor y terminan siendo exprimidos como limones. Los horarios desaparecen, la presión es brutal y llegar a alcanzar esa meta que tanto desean los hombres y mujeres, que dejan lo mejor de su vida profesional en una empresa determinada, resulta inalcanzable. Si bien es cierto que algunos lo consiguen, la mayor parte se quedan a medio camino. Y todo por algo más de dinero y de prestigio que se diluye en la irrelevancia profesional.

¿Qué pasaría si se quedasen en la empresa que les formó? Salvo que estén trabajando en condiciones precarias (ese es otro cantar) es posible que esa empresa pequeña o mediana se convierta en su casa; es posible que no puedan presumir de trabajar en un rascacielos y entre ejecutivos que no pisan su casa salvo lo estrictamente necesario. Pero es seguro que encontrarán motivos para ser felices en su trabajo. No se trata de ganar más, se trata de ser más feliz. Ya saben que hay que elegir entre cola de león o cabeza de ratón. Y, actualmente, hay cierta confusión entre lo que representa una cosa u otra para las personas.

¿Y qué pasaría si las empresas tuvieran que pagar esos derechos por formación? Pues que otro gallo cantaría porque eso de fichar a la gente teniendo que pagar no gusta a nadie. Sería algo así como obligar a utilizar las redes adecuadas para no destrozar un banco de peces. Algunas empresas movilizan al año a cientos de jóvenes profesionales que más tarde se quedan a medio camino.

Todo esto lo digo porque se puede ser feliz si a tu alrededor te respetan, si tu empresa es grande no por el dinero que mueve sino por el corazón que se le echa cada mañana por parte del personal. Y de esto tengo hecho un máster. Sin título, como los de algunos políticos, pero lo tengo. Se llama ’35 años trabajando’.