- Foto: EFE
Qué pronto ha pasado el tiempo, hijo. No hace mucho tiempo compartía contigo tu infancia. Cuantos juegos juntos, cuantas historias inventadas, cuando nos bañábamos en la piscina del club, cuantos dibujos de tus historias favoritas te reproducía; cuantos teatrillos antes de acostarte, cuantos cuentos y payasadas con tus muñecos preferidos antes de dormirte... Gracias, hijo, porque ha sido la mayor etapa de felicidad de mi vida. En la actualidad, con tus dieciséis años recién cumplidos, no pretendo, en ningún caso, que te me acerques más con el chantaje de aquellos recuerdos.
Ahora vives otra época, y yo en este artículo, pretendo grabar en tu memoria y decirle al mundo lo importante que eres para mí con tus logros y tus fallos. No pretendo comprenderte, porque tal vez no te comprendas ni tú mismo. Solo quiero transmitirte cómo estoy viviendo tu paso hacia la edad adulta (permitiéndome algunos consejos o deseos). Y desearte, sobre todo, que seas lo más feliz que te dejen estos tiempos convulsos: los de ahora y los que llegarán. Hoy por hoy, con mis pocos aciertos y mis muchos fallos, sigo aprendiendo contigo. Ahora ya no soy un padre niño, ahora me toca ser un padre expectante.
Me acostumbré a tus pelillos, a tu voz atronadora y a tu perpetuo acné. Llegaron las malas contestaciones y los desafíos, la desobediencia, las horas de recogida de la calle alargándose cada vez más, y los infinitos pactos por convenir sobre la mesa y hule puesto. Ante todas estas “novedades”, los padres ensayamos todo tipo de estrategias con vosotros: autoritarismo, acuerdos, charlas, diálogos de sordos, escasas escuchas activas, laisser faire, laisser passer... Mucha retahíla de torpezas por nuestra parte, porque todavía a estas alturas, seguimos siendo niños o adolescentes tardíos con piel de adulto.
La mayoría de los progenitores, cuando hablamos de vuestra educación adolescente, apenas pronunciamos las palabras “sufrimiento” “esfuerzo” o “frustración”. No somos perfectos. Aclararte que desde que el bienestar mejoró este país, la “moda” es hacer de vosotros seres mejores de los que fuimos nosotros, y daros más oportunidades. Todo eso está bien, pero los padres fallamos mucho en no promover vuestra autonomía o adultez, erramos en no consultaros, o incurrimos en la tontería de programaros según nuestra utopía cuando para eso ya está la actual era digital.
Mira hijo mío, lo primero, es que soy consciente de que no solo hay una adolescencia sino muchas adolescencias. Sé lo importante que son tus amigos y amigas. Por eso comprendo que establezcas con nosotros, tus padres, las mismas relaciones de “tú a tú “que mantienes con aquellos. Intuyo muchos dilemas que pasan por tu cabeza, como: dependencia de tus padres o rechazo a estos, o búsqueda de lo que quieres y lo que crees que la sociedad espera de ti. También que libras batallas por consolidar tu autoestima. Por eso en este sentido, deseo que consigas el mayor equilibrio personal en la vida. Que triunfes, pero que te caigas muchas veces, y que aprendas que las crisis en la vida son la mejor oportunidad de mejorar, crecer y reconducir las cosas. La adolescencia, con sus vaivenes de placer y abatimiento, no deja de ser una crisis para encontrar el camino.
Una búsqueda del camino que, como el resto de tus amigos, empieza por elegir el tipo de bachillerato (en tu caso). Vaya, qué responsabilidad. Vaya, qué días de nervios antes de echar la matrícula. Vaya, qué organigrama de laberínticas ramas para bachillerato de la salud, de ciencias, de ciencias sociales, de letras, plurilingüe, Bachi-bac...Y diez días para elegir, y mucha pedagogía poco aclaratoria. Ya, por fin, hoy por hoy, has elegido un bachillerato. Ojalá sea el tuyo. Pero no importa. Como te he dicho muchas veces, tienes toda la vida para buscar tu esencia o tu dedicación profesional. Siéntate y cierra los ojos, deja por un tiempo el móvil, sueña.
Sé que empiezas a experimentar muchas cosas, pero al mismo tiempo confío en lo aprendido por ti y en tu responsabilidad. Todo forma parte de explorar la vida, también me consta. Es decir, cuando hablo de alcohol, drogas, o sobre tabaco y sexo, me dices que ya sabes lo que hay qué hacer y evitar. Eso sí, me gustaría que fueras consciente de que, a pesar del vigor de tu edad, los riesgos, las dependencias, las enfermedades, los embarazos no deseados y este maldito virus que se cuela en fiestas y botellones, son como la kriptonita de Supermán. Y tú, ante todo, no eres Supermán.
Por otra parte, lamento esta pandemia y su quinta ola que se está cebando con los de tu generación. Me entristezco al pensar cuántas cosas que toca por vivir están siendo coartadas por este virus. Muchas de ellas que yo he vivido con la inconsciencia típica de tu edad. Te pido precaución y paciencia porque toda la humanidad, como sabes, ante esta época extraña, no tiene otra que reformular su manera de vivir y adaptarse a futuras amenazas. Pero a pesar de todo, te ha tocado vivir una vida con escasas privaciones y sobre todo en un país casi tranquilo. No querría imaginarte en un alistamiento desesperado tipo “quinta del biberón”...
En cuanto a los móviles y las redes, me viene a la cabeza esa foto tuya con tus amigos en una piscina: todos en colchonetas individuales, con móvil en mano, parecíais un rebaño de cocodrilos disfrutando del sol en una charca del Serengeti. Me imagino que compartís, sobre todo, lo que estáis viendo en los móviles. Te contaré que hay psicólogos como Jean Tweng, que al hablar de los nacidos entre 1995-2012, os bautiza con el nombre de “iGen” (iGeneración). Smartphone, Istagram, Youtube, y otro entramado mundo de redes fabrica buena parte de la identidad de vosotros los adolescentes, dicen. Me preocupa la manera como os acercáis a la realidad a través de estos medios, pero aun así, veo necesario que explores mundo aunque también desearía que lo respiraras . Pero si te ciñes a los cacharros, que la información que te llegue la filtres con el espíritu crítico que debería aportarte la educación y, sobre todo, el sentido común.
Sobre el mundo de los juegos. Creo que dedicas mucho tiempo actualmente (sí, sé que eres muy buen estudiante y un filósofo del karate). Con tu teclado flagrante, tu pantalla de ordenador panorámica, todas las siestas, escucho tu velocidad de pulsaciones sonoras. Cualquiera diría que estas practicando mecanografía, para presentarte a una oposición del Estado. Y me consta, primero, que es una manera también de contactar con tus amigos, sobre todo en los tiempos recientes de confinamiento y en estos de desbandada vacacional. Y en segundo lugar, me hago eco de que algunos especialistas dicen que los juegos hacen posible que se te activen los circuitos de recompensa y refuerzo. Mira tú, por ahí me quedo un poco más tranquilo.
Adolescente mío, sé que el mundo es desmesurado en esta travesía entre infancia y paso a la edad adulta. Intuyo que debes tener muchas dudas y temores, y que es complicado hacerse oír. Pero todo es posible. Sois la esperanza, el ideal de las cosas buenas por las que luchar y creer. No hace falta que te mencione a grandes adolescentes que luchan por cambiar el mundo: Greta Thunberg, con sus acciones por combatir el cambio climático; Mala Yousafzai, premio Nobel de la Paz, por su lucha por el acceso de las niñas a la educación; Emma González, por su promoción del control de las armas en Estados Unidos; o Jack Andraka por inventar un sistema para detectar determinados cánceres.
No te quiero “rallar” más hijo mío. Solo dos consejos más. El primero, es que siempre guardes en tu corazón toda la potencialidad que tienes y que no olvides que eres único. Todo te ayudará a sortear los vaivenes de la vida, con sus momentos buenos y malos. No olvides, además, que siempre encontrarás detrás de una esquina una tregua de felicidad y sosiego. El segundo, como ya habrás adivinado, es que siempre seas tú mismo y que te quieras mucho.
Tu padre.