Tribuna

Cifuentes entubada

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31 ene 2021 / 04:00 h - Actualizado: 31 ene 2021 / 04:00 h.
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  • EFE/ J.J. Guillén
    EFE/ J.J. Guillén

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La popularidad de los políticos se mide por los titulares que siguen proporcionando una vez muertos por la patria o la bandera, según una u otra acera.

Cifuentes ha sido escudriñada por todas las cámaras de la vista celebrada en Madrid, en la Audiencia Provincial. Imperativo procesal de que sean públicos, para regocijo de la masa enfurecida.

Su imagen, con la mascarilla, ha sido escudriñada desde los ángulos más inverosímiles, llegando todos a la conclusión de que es culpable de no haber realizado el Master; sí, el mismo que Pedro Sánchez, que quien se lo facilitó a éste, anda calificándolo de ingrato, entre otras lindezas y atribuciones más o menos paranoicas.

Cifuentes es una muerta civil; desde que alguien guardara en su bolsillo una cinta de una perfumería y la conservara hasta el momento propicio de demolerla.

Sin embargo, a diferencia de otros personajes, a los que hemos visto entrar y salir de las salas de vistas, en ella hay algo de poesía, de pasión frustrada, de garganta profunda sin voz, no en vano quizás sea eso lo que le ha conducido a la dimisión y a la pena de banquillo, como correlativamente a Ignacio González a la cárcel minima de ocho meses.

Confieso que no es lo mismo ver a Chaves que a Griñan en un banquillo; tal es la disparidad de sus padecimientos.

Entre Cifuentes e Ignacio González no hay color y debo confesar que desde el punto de vista literario el recorrido episódico de la primera tiene una fuerza titánica cuasi laberíntica.

Una de las procesadas en el caso Urdangarín me confesaba que había más química en forma de ansiolíticos en el banquillo de Palma; que en los laboratorios donde se producían.

Hoy sin embargo quiero aprovechar para expresar que amo a Cifuentes; la que salvó la vida de un accidente mortal (no sé si aun sueña que hubiera sido más benevolente su destino de haber sucumbido) pues aun debe hervirle su cicatriz de una garganta jodidamente intubada.

Esa política que amó; sintió; que se confiesa republicana y que se negó a encubrir a quienes proclamaban a los cuatro vientos que “ellos la habían puesto ahí”, paga el precio de un simple Master, en la misma divisa (curiosa paradoja) que otros la corrupción en el Canal de Isabel II.

Me temo, además, que quienes lograron situar a Moix (“el último de la Fila en Panamá”) en la Fiscalía Anticorrupción, tendrán un trato más benevolente que con la ingenuidad de quien se sienta por no hacer un Master, lo que creo, por cierto, que no es delito.

Apago la retransmisión del juicio no sin perjurar de la mascarilla inmóvil de la que fuera Presidenta de Madrid, pero en el fondo me alegro, porque la visualización del tormento de las cicatrices rara vez apiada a los Jueces.

Sic transit.