Cincuentones: “¡hip, hip hurra!”

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13 jun 2021 / 04:00 h - Actualizado: 13 jun 2021 / 04:00 h.
"Tribuna"
  • M. Gómez
    M. Gómez

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Muchos estamos entre los cincuenta y sesenta años. El tiempo pasa inexorablemente para todos. Pero para algunos que nos aferramos a este tramo de edad, vemos con pavor cómo el contenedor de papeles este colmado de hojas de calendario pasadas. Otras veces, escondemos la cabeza debajo de la almohada para aislarnos ilusoriamente del tiempo o de la fecha fatídica del aniversario. Sí, me rebatirán que no todo el mundo piensa igual, pero yo sí (y así me va). Pero todo lo referido anteriormente, no me impide hacer un alegato o manifiesto a los de mi edad.

Los cincuentones o los que provenimos mayormente de la generación de los 60 o del “baby boom”, poseemos el privilegio de tener en las pirámides de población, del mundo desarrollado ese trocito de barra del sexo a un lado y otro del gráfico, que sobresale sobre el resto de las cohortes de edades. Nuestras madres y padres nos engendraron en una época feliz. Y como dice Juan Eslava Galán, “ se estaban columpiando sobre el embalse del aperturismo, la liberalización, del neocapitalismo, de la abundancia consumista, de la sociedad del confort”. Familiares nuestros emigraron a otras regiones de España y a otros países. Vino el turismo extranjero. Allí estaban Franco y los tecnócratas, el incipiente terrorismo salía a luz... Los sueños atrevidos se fabricaban con el landismo-”dabadaba” y las revistas picantes.

Ya en el curso de la vida, algunos nacidos en los sesenta, avanzábamos desde los últimos regletazos infantiles de los maestros nostálgicos del castigo, hacia cierta modernidad infantil y de adolescencia. Caminando hacia la edad adulta, no pocos de nosotros, cursábamos estudios superiores. Teníamos mejores juguetes y libros, conocíamos la playa y el mar, veíamos las primeras tetas y culos en las revistas, y empezábamos a ver pelis futuristas sin hilos sujetando las maquetas. Ya en edad de trabajar perseguíamos el empleo público, unas veces, y otras flotábamos en el paro o nos anestesiábamos con el betadine de los subsidios (eso sí, en la tele, no nos perdíamos Bola de Cristal, Aplauso o La Edad de Oro).

Pero llega el hoy: cincuenta, cincuenta y uno, cincuenta y cinco, cincuenta y nueve... Desde edades anteriores, los “desconchones” siguen progresando adecuadamente.. Aunque no todo el mundo padezca los mismos, puede añadir usted mismo a esta lista los suyos: colesterol, hipertensión, osteoporosis, ronquidos, moscas volantes, acúfenos, cefaleas, nervios, -osis, -itis -algias... (y paro). No es difícil encontrarse con algunos de nuestra especie, con un rosario de cuentas con formas de osteopatías, de fisios, de vitaminas, de vegetas, de macros, de mindfulness y demás medicinas alternativas. Somos la meseta de la edad poblada por colonoscopias, analíticas, mamografías, densitometrías y demás pruebas.

El cerebro es más pequeño (1.337 gramos), nuestras neuronas siguen envejeciendo... Pero a partir de ahora, usted cincuentón y próximo sesentón, descubrirá que en esta etapa de la vida no solo hay oscuridades (sí, como en el resto de las edades). Así por ejemplo Jesús Palacios afirma, en un manual de psicología, que a pesar de los deterioros, hay entre los 50 y 60 años “un adecuado desarrollo de actividades cotidianas y la adquisición de nuevos conocimientos y habilidades”. Y por supuesto otros cincuentones históricos, desde las malvas, nos miran con envidia.

Posiblemente, en el mejor de los casos, si no sufre una enfermedad relevante, una cronicidad comprometedora, o un desenlace fatal, ya se habrá cansado de médicos y especialistas que le aconsejen hacer natación o yoga, o simplemente, que le digan “eso no es ”.

El hombre, la “pitopausia”. La mujer, la menopausia. Unos y otras, la ansiedad, la crisis y la depresión; el “¿dónde estoy en este punto de mi vida?; el “¿me divorcio o me quedo igual como estoy “virgencita mía”?”; o el “tengo derecho a seguir trabajando o no me resigno a estar parada”.

Dicen los psicólogos que en esta adultez que empieza a ser tardía, si la vida nos sigue tratando relativamente bien en salud, emociones y capital, somos como niños que queremos seguir jugando con juguetes. Ya no jugamos, excluyendo a los fetichistas, con nancies, con madelmanes, con geypermanes, con máquinas de recreativos, a los juegos geyper; o ya no vemos a Torrebruno o Barrio Sésamo. Ahora toca descubrir nuevos juguetes: viajar, ir a conciertos, cuidar un huerto, bailar tango, jugar al padel, hacer pilates, practicar deporte, tocar en un grupo o, como este que les escribe, escribir en este diario. Así pues, como decía Joan Crawford, en Johny Guitar, cuando se dirige al pistolero adolescente que morirá después: “todo hombre tiene derecho a ser un niño durante algún tiempo”.

Finalmente, siguiendo en la misma idea de plenitud tardía, es habitual, a ciertos cincuentones, vernos con chaquetas vaqueras, utilizando calzado skechers (por lo de los pies cóncavos o por los espolones); poniéndonos biquinis, si la barriga y las caderas lo permiten; utilizando gafas de sol, no necesariamente en la playa; haciéndonos trasplantes de pelo en Turquía; poniéndonos botox o similar o tiñéndonos el pelo, frente al avance lento de las canas... Somos los “seniors” deseosos de consumo. Utilizamos las redes; el Cabify, algunos seguimos buscando el Dorado del Bitcoin; y qué buenas fotos hacemos con el Iphone o qué bien utilizo el Bizum. Buscamos respuesta de por qué la vida nos ha llegado hasta aquí, del sentido mismo de nuestra existencia. De esta manera, a muchos de ustedes de esta quinta, no les faltará el Poder del Ahora o en favoritos de YouTube, el espiritual canal Mindalia.

Sí, seremos en muchos casos “el eterno adolescente” o el perenne joven. O el mito de Peter Pan. Pero permitanme terminar con una cita y con unos versos traducidos al español. La cita es de Nietzsche cuando, refiriéndose al niño que llevamos, habla de la “transformación en niño como última transformación de la madurez humana”. Y los versos del grupo británico ochentero, Inmaculate Fools: “Hablamos de cambios, hablamos de muchas cosas, cuando viene la tristeza, reorganizamos los sueños”. ¡Ah, y permítanse, todos, olvidarse de la vejez una década más!