Son los tres temas preferidos por la mayoría de los lectores de este diario y de otros muchos medios de comunicación. El clima -mejor decir el clima que el tiempo-, el dinero y los sucesos. El orden de importancia de los tres factores depende de la actualidad. El espacio dedicado al tiempo estaba incluido en el mismo informativo, el presentador le daba la palabra al climatólogo y éste procedía a desarrollar su intervención, desde la tiza y la pizarra de un Mariano Medina trajeado y encorbatado hasta los mozos de hoy con pantalones de pitillo, sin olvidar aquella inefable apuesta que hizo con su bigote Eugenio Martín Rubio que se lo jugó ante las cámaras, parece que lo estoy viendo: “Si mañana no llueve en Madrid, yo me afeito el bigote”, sentenció en la pantalla de mi televisión en blanco y negro de mi época púber. Y al día siguiente allí estaba don Eugenio, sin su bigote. Cachondeo general porque sólo había un canal de televisión y el detalle lo vio la mayoría de los españoles.
En estas calendas el espacio dedicado al clima es todo un espectáculo con un plató enorme y una videografía acongojante más unas presentadoras competentes y atractivas físicamente, aquí no hay igualdad, las feas, gordas o cojas no aparecen, tienen que ser de muy buen ver, para eso es el programa o espacio más visto y el que atrae a más patrocinadores. Antes nos interesaba el tiempo también, lo de hoy no es nuevo, hablar o ver hablar del tiempo ya sabemos de sobra que sigue siendo la excusa para romper cualquier silencio o iniciar una charla. La diferencia es que en la actualidad se acude a la información meteorológica con preocupación y miedo. El verano de 2022 ha sido canalla, he sudado en Sevilla, en Cantabria, y todavía el otro día tuve una reunión online con profesoras de la Universidad de Vigo que se estaban abanicando mientras charlaban. Y esto, por lo que oigo y leo, no ha hecho más que empezar, por más alertas que nos da la madre Naturaleza, aquí no escarmentaremos hasta que no llegue el lobo de verdad.
Después del clima aparecen los sorteos, algo que es a un tiempo una distracción y una enorme incoherencia social. Hacer rico a alguien por un número es toda una injusticia y una proyección de la ideología del consumo y la ganancia fácil, sin esfuerzo. Y no sólo se trata de hacer rico sino de darle a una sola persona de un momento para otro una cantidad de dinero que puede ser igual o mayor que el presupuesto de muchos países de ese mundo al que llaman desde que yo era bebé “en vías de desarrollo”, una denominación muy acertada porque, en efecto, las vías son dos rectas y paralelas que nunca se encuentran y nos acaban de decir en la ONU que ha aumentado la brecha entre países ricos y pobres. ¿Qué nos importa todo eso? A nosotros lo que nos atrae es “la ilusión de todos los días” que desean que se reduzca a un papelito con un número y para curarse en salud nos dicen que con ese papelito se hacen muy buenas obras. Claro que sí, y sin papelito también se podrían hacer, basta con racionalizar los gastos del Estado. Lo que ocurre es que el papelito sirve y mucho: distrae a la gente y la tiene como al caballo que persigue una zanahoria.
Los sucesos nos llevan a la atracción y repulsa por la muerte, innatas en el ser humano. En su libro Manual de Periodismo de Sucesos, la investigadora y periodista Rosa Rodríguez-Cárcela, colaboradora además de este diario, afirma que las malas noticias tienen siempre más interés que las noticias normales. Y cita al catedrático de periodismo de la Universidad de La Laguna y periodista José Manuel de Pablos, para quien «las malas noticias y las desgracias ajenas originan ansiedad en los lectores y a su estela aparece brillante una manifestación humana del efecto Pavlov en los animales: se despereza un angustioso interés por conocer detalles, por estar alerta ante la mala nueva que afecta a otros».
Clima, dinero, sucesos. Los tres tienen algo en común: son fáciles de entender por cualquiera, no requieren preparación y, menos aún, estudio. Y lo que desea nuestro cerebro es estar cómodo, que bastante tiene ya con enfrentarse a la vida.