(Hch 2,1-11; Sal 103,1ab.24ac.29bc-30.31.34; 1Co 12,3b-7.12-13; Jn 20,19-23)
La expresión: “Nadie puede decir: «Jesús es Señor», sino por el Espíritu Santo” (1Co 12,3), resulta clave para entender Pentecostés. Confesar a Cristo como Señor es el núcleo de la fe cristiana, que resume todo su contenido cristológico y soteriológico. El término enuncia no solamente la divinidad y la gloria de Jesús, sino su acción vital y salvadora en la Iglesia. Esta confesión de fe se produce porque el fiel recibe una moción del Espíritu sobre la señoría de Jesús, un oráculo de reconocimiento que implica no solo una creencia abstracta, sino un compromiso vital con el Señor. Tal compromiso se concreta en la comunidad de manera multiforme según los carismas. El relato de Hechos lo muestra como un poder diversificado que desciende sobre los apóstoles, y cuyo origen divino se pone de manifiesto claramente en el viento y el fuego, signos de la presencia de Dios en el AT (Ex 3,2; 14,20; Sal 104,4).
El Espíritu, que es la fuente de estos dones actúa como principio unificador. Esto se evidencia en el fenómeno de la glosolalia (Hech 2, 1-11) que constituye la antítesis del relato de la torre de Babel (Gn 11,1-9). Finalmente, Jesús, transmitiendo el Espíritu de parte del Padre, recrea al hombre. De ahí las alusiones a los dos relatos de la creación: el primer día de la semana (Jn 2019 > Gn 1,5) y el hálito vital insuflado por Dios (Jn 20, 22 > Gn 2,7). De este modo, el hombre caído por el pecado, es regenerado a imagen de Cristo y puede alcanzar la reconciliación con Dios (Jn 20,23).
Orar con la Palabra
1. La fe en Jesús Señor fruto del Espíritu.
2. El Espíritu que une en la diversidad.
3. Recreados y reconciliados en Cristo por el Espíritu.