«Como olivo verde en la casa de Dios»

Fue un árbol sagrado para los egipcios, fenicios y griegos, y en el Antiguo Testamento se le considera un símbolo de la prosperidad y la protección pacífica. Pero, sobre todo, el olivo estará unido para siempre al ingreso de Jesucristo en la Ciudad Santa de Jerusalén.

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05 abr 2020 / 09:27 h - Actualizado: 05 abr 2020 / 09:28 h.
  • «Como olivo verde en la casa de Dios»

«Entonces le llevaron el asno, pusieron sus mantos sobre él y Jesús se montó.
Muchos extendían sus mantos sobre el camino; otros, lo cubrían con ramas que cortaban en el campo» (Marcos, 11, 7-8). Hoy, 5 de abril, los cristianos de todo el mundo rememoramos la Entrada Triunfal de Jesús en Jerusalén. De hecho, en la Iglesia Ortodoxa, a la jornada se la titula de esta forma y no «Domingo de Ramos», como hacemos en Occidente. No obstante, hasta 1970, su nombre oficial era Domingo de Pasión. Si nos sumergimos en las Sagradas Escrituras y ponemos atención en la mitología judeo-cristiana, comprobaremos que diez siglos antes ya había entrado en la ciudad construida por David su hijo Salomón, curiosamente montado en un asno. Las gentes de Jerusalén lo aclamaron con gritos de «Hossana» (¡Viva!). Asimismo, el profeta Zacarías nos anunció que el Rey de Israel ingresaría en la capital a lomos de un pollino, símbolo del pueblo de la Antigua Alianza. El pollino aún no montado representaba la cabalgadura real y mansa de aquel que traería la Nueva. Por aquel entonces —y como bien explica la Biblia—, los Reyes eran recibidos con mantos, hojas de palmas y, sobre todo, ramas de olivo. «Mas yo estoy como olivo verde en la casa de Dios: En la misericordia de Dios confío eternamente y para siempre» (Salmos 52:8). Los mitos en torno al olivo, verdadero icono para los creyentes, tuvieron su origen en los primeros asentamientos en torno al Mediterráneo. Los egipcios atribuían a Isis, esposa de Osiris (su dios supremo), el haber transmitido a los hombres este árbol sacralizado, su forma de cultivo y la utilización de sus frutos. Para los fenicios y cananeos los cultos a los dioses estaban dominados por las preocupaciones agrarias. Se les pedía protección para que concedieran a sus fieles, trigo, agua, aceite, vino y miel, y había fiestas que correspondían al ciclo agrícola de la siembra en primavera, la cosecha en verano, la vendimia en otoño, y la recogida de la aceituna y prensado para la obtención del aceite en invierno. Entre los griegos se le consideraba como una dádiva de la diosa Atenea, la cual, por medio del olivo, había logrado la victoria en una disputa con Poseidón por la posesión del país. Símbolo de la victoria y de la paz, los vencedores de las Panataneas y de los Juegos Olímpicos recibían como recompensa coronas trenzadas con las ramas del árbol de la Acrópolis. Por su parte, en la cultura judía, el libro del Eclesiastés (24:14) simboliza la sabiduría en un hermoso olivo en medio de la llanura. Este, siempre verde, es un símbolo de la prosperidad en Isaías (49:19), o un emblema de la protección pacífica (Macabeos, IV, 19). Una antigua parábola conservada en el libro de Jueces cuenta que «una vez los árboles fueron a ungir sobre sí un rey». ¿Qué árbol del bosque escogieron en primer lugar? Ni más ni menos que el resistente y pródigo olivo.

Aroma sagrado y mediterráneo

«Cuando Jesús se acercaba a la pendiente del monte de los Olivos, todos los discípulos, llenos de alegría, comenzaron a alabar a Dios en alta voz, por todos los milagros que habían visto. Y decían: ‘¡Bendito sea el Rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!’» (Lucas 19, 37-38). Como señala el evangelista, Jesús fue agasajado por sus discípulos y amigos siguiendo el modelo anunciado por los profetas, con especial protagonismo de las ramas de ese árbol. Este episodio pudo tener lugar un domingo 29 de marzo del año 33, si nos atenemos a la tradición bibliográfica publicada sobre el tema, y posteriormente confirmada por Jefferson Williams, de la organización Supersonic Geophysical, y Markus Schwab y Achim Brauer, del Centro de Investigación Geológica de Alemania. Dichos expertos basan su calendario en el hallazgo de un seísmo ocurrido en la zona del Mar Muerto el viernes 3 de abril de ese mismo año; dato que podría confirmar los sucesos extraordinarios acaecidos durante la Crucifixión, y mencionados por San Mateo en su evangelio: «Entonces Jesús, clamando otra vez con voz fuerte, entregó su espíritu. En ese momento la cortina del templo se rasgó en dos, de arriba a abajo. La tierra tembló, las rocas se partieron y las tumbas se abrieron». El célebre Huerto de los Olivos donde Jesús oraba y meditaba frecuentemente, era llamado también Gethsemaní, que significa «prensa de aceite». Hoy, custodiados por la comunidad franciscana de Jerusalén, aún continúan dando su sombra unos olivos milenarios, fieles testigos de acontecimientos históricos y religiosos de interés universal. El olivo estará unido para siempre al ingreso de Cristo en la Ciudad Santa, pero también al drama del Calvario y las tradiciones evangélicas. Los primitivos cristianos tomaron al olivo como uno de sus principales símbolos religiosos y lo esculpieron y pintaron en las catacumbas. La rama de olivo adornaba con frecuencia los sarcófagos cristianos, y su aromático aceite ardía en las lámparas y ampollas ante las tumbas de los primeros mártires. De ahí que al inicio de cada Cuaresma, los católicos recibamos en nuestra frente la ceniza obtenida de una cremación. La misma que, devolviendo al polvo la ilusión de un Domingo de Ramos, nos permite impregnarnos cada año de la Verdad de Cristo con aroma sagrado y mediterráneo.