Compañeros de viaje

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26 abr 2022 / 10:49 h - Actualizado: 26 abr 2022 / 10:57 h.
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En Semana Santa viajé a Uzbekistan con un grupo organizado por una agencia. Los que viajan a Uzbekistan, pensé, es porque ya han viajado a todos los demás sitios evidentes del mundo, París, Nueva York, Roma, Jerusalén, Shanghai, Moscú, Tokio, etc. No viajas a Samarcanda si todavía no has visitado Estambul o México (aunque puede que no hayas visitado San Sebastián). Con esa expectativa me apunté a este grupo de seleccionados (como los adolescentes que se matriculan en el bachillerato de alemán para coincidir sólo con listos, hijos de muy listos). Pensé que me encontraría con un grupo de experimentados viajeros que, bueno... seguro que vacilarían de su listado de viajes, pero que obligatoriamente tendrían ese espíritu de apertura propio de los grandes aventureros.

El grupo fue profundamente decepcionante. La empatía brilló por su ausencia todo el tiempo (quizás son viajeros con mentalidad de supervivencia individual o soldados que no quieren hacer amistad para no sufrir la pérdida posterior -todo viajero deja cadáveres tras la vuelta-), fueron cada uno a lo suyo y, lo peor para mí, no hubo ni una sola conversación interesante.

Le pregunté a una mujer en la primera comida: «Y, bueno... ¿a qué te dedicas en tu vida no turística?». Me pareció la tradicional forma de establecer conexiones: siempre hay algún conocido del ramo o, con todas las cosas que he hecho, quizás alguna conexión personal. Pues la mujer me contestó: «¿Es necesario decir aquí la profesión? Pues a distintas cosas...». Y ahí terminó la conversación. Sus dos amigas, que me habían oído comenzar la conversación, ni se sumaron a alguna posible respuesta. Con los días me fui enterando de que era viuda y vivía de la pensión —abultada— del marido.

El grupo, de 15 personas, tenía contratados los desayunos y comidas. Fui cayendo en distintos lugares y coincidiendo con personas distintas. Había una pareja de gays que habían visitado 98 países. Su conversación siempre trató del listado de países visitados. El más joven, de unos 50, era profesor de Comercio Internacional en Formación Profesional. Pensé: «Este es el mío. Con este seguro que analizamos la situación de este país y me enriquezco intelectualmente en este viaje, además de ver históricas madrasas maravillosas (reconstruidas...)». Fue imposible: «Me comí un marisco exquisito en las playas de...», «probé un pimiento picantísimo en...», pero nada de «la Ruta de la Seda cayó cuando los gobernantes otomanos perdieron Al-Andalus y bloquearon el comercio con Europa y cuando Europa encontró vías marítimas para transportar mercancías». (¡No eras profesor de Comercio Internacional!).

Nos contó el guía que después del periodo soviético, y para crear un espíritu de pueblo cohesionado, el presidente/dictador Islom Karímov quiso potenciar la figura de un personaje sobresaliente del pasado y tomó al Sultán Tamerlán como modelo y por eso, entre otras cosas, mandó erigir una eminente figura a caballo suya en una plaza también con su nombre. Yo me atreví a decir allí en voz alta que era sorprendente que el Presidente lo hubiera elegido como modelo cuando según los estudios que yo había leído (quizás ese era el problema, que yo había leído y los demás sólo turisteaban) se estimaba que sus campañas militares causaron la muerte de 17 millones de personas, lo que representaba aproximadamente el 5 % de la población mundial en ese momento. Y conté que fue especialmente sádico cuando tras conquistar Delhi (en 1398) hizo 100.000 prisioneros y luego mandó ejecutarlos uno a uno. Pues el guía empezó a defenderlo diciendo que los datos históricos no eran fiables y el grupito de turistas reaccionó poniéndose de su parte y empezaron a decirme que los hechos del pasado no se podían juzgar con planteamiento actuales y que nosotros, los españoles, ya teníamos nuestra propia leyenda negra. Les repliqué (no suelo quedarme callado) que una cosa es vencer en batallas y otra ajusticiar a 100.000 personas que ya se habían rendido y, encima, que te pongan un monumento. Supuse que ese grupito terminaría diciendo que lo de Hitler no había que juzgarlo con nuestra mentalidad actual y que comprenderían que en el futuro le erigieran monumentos en las plazas alemanas...

A partir de ahí, opté por el silencio y por hacerme fotos con mi palo selfi.

Yo, por mi profesión, he tenido la fortuna de viajar casi siempre con algún tipo de tarea que me conectaba con los nativos del lugar: he estudiado en Stuttgart, Oxford, Washington, Nueva York; he sido profesor invitado en Universidades de Colombia, Panamá, Venezuela; he dirigido orquestas en Volgogrado, Bélgica, también en Venezuela; he trabajado como periodista en Santiago de Chile o Buenos Aires. Pero nunca había hecho turismo con un grupo de turistas organizado. La experiencia es totalmente distinta y muy decepcionante.