Comparar, criticar y criticarnos

En eso consiste el aprendizaje intercultural. No existen los sistemas perfectos. Pero ante el peso de la tradición, que nos empuja a conformarnos con patrones culturales suicidas, la economía feminista apuesta por una cultura ecológica de la igualdad

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Pepa Violeta Pepavioleta
03 may 2020 / 12:37 h - Actualizado: 03 may 2020 / 12:42 h.
  • Comparar, criticar y criticarnos

Otro primero de mayo para celebrar. Otro primero de mayo para poner el foco en el trabajo, como fuerza imprescindible y necesaria con la que construir presente y futuro. El movimiento feminista, consciente del momento histórico que vivimos, propone darle la vuelta al discurso hegemónico. Rendirle digna sepultura al capitalismo neoliberal, con su correspondiente duelo, si gustan; para poder empezar cuanto antes con la construcción de un nuevo orden mundial, sustentado en una economía feminista. Donde la sostenibilidad de la vida prevalezca por encima de todo. Los cuidados, sean la base de un sistema cooperativista y plural; y el compartir materia innegociable. Proponiendo para ello alternativas alimentarias y de aprovechamiento de los recursos, más humanas y respetuosas con el entorno y los seres vivos.

Lucha obrera feminista

Ya en el siglo XIX coincidiendo con la primera ola feminista, las mujeres reclamaron su derecho a un trabajo remunerado, denunciaban el trato discriminatorio y oportunista en las fábricas, desigualdades laborales y salariales. En España, los movimientos obreros de mujeres también empezaron a tomar cuerpo. Conscientes de la manipulación a las que eran sometidas por el Estado, que las empujaba a trabajar mientras los hombres morían por la Patria en el campo de batalla. Empezaron a surgir las primeras organizaciones antipatriarcales, como la organización anarcofeminista Mujeres Libres (1936). Con más de 20.000 afiliadas, consiguieron organizarse para luchar contra la opresión del Estado, el capitalismo, la Iglesia y los hombres. Denunciaban la discriminación por parte de sus compañeros en el seno del movimiento obrero y anarquista. Publicaban sus propia revista y se convirtieron en resistencia. Como muchas otras a lo largo de la historia.

Flora Tristán nos recordaba esta doble opresión con frases tan certeras como esta: “hay alguien todavía más oprimido que el obrero y es la mujer del obrero”. Hasta en la lucha de clase, las mujeres hemos sido “segunda clase”. Usadas durante siglos para levantar la economía cuando los hombres estaban con otras ocupaciones más gloriosas. Mientras ellos se recuperaban de las heridas y la guerra, ellas recomponían ciudades en ruinas. La recuperación económica y demográfica dependía de ellas, de su capacidad de producción y reproducción. La productividad en las fábricas aumentó, los campos se llenaron de jornaleras que trabajaban de sol a sol y el relevo generacional fue posible gracias a sus vientres, sus manos y sus riñones. Las mujeres empezaron a ganar autonomía e independencia económica. Consciente de este peligro, la máquina patriarcal empezó de nuevo a engrasarse. Habían utilizado la mano de obra femenina para su propio beneficio y habían cumplido con creces las expectativas, pero ya era hora de devolverlas otra vez al hogar del que salieron sólo para garantizar la supervivencia del propio sistema. El mismo que ahora también las explota en lo privado.

Colapso ambiental y civilizatorio

Con el doble de población y la mitad de los ecosistemas que teníamos hace treinta años, se hace inviable mantenernos a flote. Como dice Alicia Puleo “el hedonismo low cost, basado en la deslocalización de la industria y el expolio de los países del Sur, mantiene el conformismo del Norte. El fenómeno del precariado va reemplazando al estado de bienestar fordista sin que se encuentre con una resistencia... un modelo económico y social que exige crecer infinitamente en un planeta finito es insostenible”.

El capitalismo y el sistema de producción en el que se ha basado nuestra economía androcentrista, están hoy más que nunca contra las cuerdas, agotado, extenuado. Con las cifras de endeudamiento ya encima de la mesa, la gestión de los ERTE, el desplome de La Bolsa y los continuos pellizcos a la caja de las pensiones, el colapso ambiental, económico y civilizatorio es inevitable. Los/as negacionistas seguirán defendiendo lo indefendible, pero en nosotras/os está no hundirnos con ellos/as.

Lo personal es político.

La lucha feminista no descansa. Ponemos nuestras manos y nuestro pensamiento al servicio de una causa: construir un mundo mejor. Como decía Gloria Fuertes en uno de sus poemas, “la tierra no es un regalo de nuestros padres, es un préstamo de nuestros hijos”. Por eso, no tiene sentido seguir anclados/as en engranajes capitalistas de explotación y miseria. Queremos mantener viva la memoria combativa y anticapitalista. Ha llegado el momento de demostrarle al patriarcado, que una gestión feminista de los recursos y del trabajo es posible, que lo utópico deja de serlo el día que nos desprendemos del individualismo y la competencia. Despertar y asumir que no hay soluciones mágicas ni perdurables. Que la negación solo trae dolor y nuestra energía no puede estancarse ahí. Ese mundo post-humano deseable es ahora, más presente que futuro. Digno de ser vivido.