No es plato de buen gusto escribir este artículo pero es necesario asumir la realidad como primera providencia para afrontarla bien y salir adelante. España ya ha superado la cifra de mil muertes por coronavirus y está inmersa en un fin de semana terrible donde, sobre todo en Madrid, que concentra más del 62% de la mortalidad, va a ser heroica la labor de todo el personal sanitario y asistencial tanto en centros médicos como en residencias geriátricas. Porque la cualificación de los médicos, enfermeros y cuidadores españoles está muy por encima de los medios de que disponen para trabajar en una emergencia vírica sin contagiar ni ser contagiados. Comienza la fase de mayor colapso pero no hemos llegado a tiempo para tener implantados por doquier ni los tests rápidos de detección de la enfermedad ni la suficiente cantidad de respiradores de ventilación asistida, mascarillas homologadas, batas y mandiles plastificados, gafas de montura integral, gafas antisalpicaduras, buzos y pantallas faciales.

Llega el momento crucial en esta emergencia histórica para intentar sufrir el menor número posible de víctimas mortales pero no está garantizado el protocolo de prevención del personal más imprescindible en todos los espacios donde acontece la interacción entre sanitarios y pacientes. Por lo tanto, no son adecuados los recursos materiales para frenar en seco la intensidad de la ola de propagación del coronavirus. Sabedores de que la mayor parte de los contagios que ahora hacen estragos tienen su origen en las semanas precedentes, cuando no se tocó zafarrancho de combate institucional y social a la vista de lo que sucedía en Italia.

Todos los días, en la gráfica que se publica y actualiza continuamente sobre la evolución en los principales países europeos, la velocidad de la expansión y la mortalidad en España es pareja a la que padece Italia, donde comenzó a alarmar diez días antes. Tenemos delante de modo permanente la curva de la tragedia pronosticada y los mensajes oficiales están sobrados de eufemismos y carentes de coraje para capitanear a la nación. El liderazgo contra la curva de la hecatombe lo están protagonizando amplios sectores de los ámbitos profesionales y sociales. Mil y una iniciativas en ciudades y pueblos que, tal como se sugieren, de inmediato se convierten en dinámicas a destajo, sustentadas en redes colaborativas que se articulan a la velocidad de las telecomunicaciones y que consuman la cobertura de necesidades concretas. Nada de promesas. Lo que se dice, se hace. Como en tantas otras encrucijadas de la Historia de España, hay más capacidad para aportar soluciones desde el pueblo que desde la gobernanza.

Que no nos valga como consuelo, ni tampoco para que en el futuro se eludan en España la asunción de responsabilidades, el cúmulo de dislates que a posteriori también están cometiendo gobernantes de otros países occidentales. El irresponsable electoralismo de Macron como presidente de Francia manteniendo la celebración de elecciones municipales el pasado domingo 15, o la contumaz insensatez de Boris Johnson como primer ministro británico, que contra toda lógica ha mantenido en el Reino Unido la vida escolar, laboral y social abierta de par en par, son solo dos síntomas de la decadencia de los estamentos dirigentes de Europa. Porque ellos no mandan en solitario desde el Elíseo o desde Downing Street como si fueran chamanes intocables. En puridad, son decisiones a las que podría tildarse de 'tercermundistas'.

Italia ya contabiliza más fallecidos que China y España también va camino de rebasar esa tremenda referencia estadística, cuando tiene una proporción 30 veces menor de habitantes en comparación con el país más poblado del planeta. Pero para analizar qué mejorar ahora y en el futuro, la correlación no debe establecerse con China, que es una superpotencia, sino con otros países asiáticos muy cercanos geográficamente al origen de la pandemia y que son aliados occidentales, con modelos políticos de democracia representativa y magnitudes más similares a España, que es la decimotercera economía del mundo. Sugiero dos: Corea del Sur, décima en ese escalafón, con 52 millones de habitantes, que solo ha tenido 94 muertos, y Taiwan, vigésimosegunda en peso económico, con un censo de 24 millones de habitantes y solamente una víctima mortal. Es cierto que nos ganan por goleada en planificación porque antaño sufrieron otras crisis de nuevos virus procedentes de China, como el que causaba el síndrome agudo de respiración asistida. Pero también el Covid-19 es para ellos un virus sin vacuna. Y han tenido menos días que los países europeos para reaccionar y tener operativa toda su estrategia de prevención y sanación.

¿Cómo se han librado tan bien de una amenaza tan cercana? Entre otros factores, además de que sus sistemas sanitarios han evolucionado muchísimo, porque han producido suficiente gran número de tests como para discernir mucho antes la atención a quienes daban positivo, y porque tienen desarrolladas aplicaciones para teléfonos móviles que han sido utilizadas por toda la población desde sus respectivos 'smartphones'. Tanto para informarse sobre lo que pasaba a su alrededor, y no acudir a lugares donde las autoridades les indicaban que habían estado personas contagiadas, como para estar geolocalizados y atenerse a las instrucciones gubernamentales.

Italia se está hundiendo más que Venecia porque durante décadas jugó estúpidamente a elegir gobernantes como el corrupto y crápula Berlusconi. Y la eficiencia de un país no se sostiene por inercia. Menos aún si un país no se toma en serio a sí mismo y reincide en elegir a la zorra para cuidar el gallinero. España lleva muchos más años pendientes de los chantajes de Corinna y de Puigdemont que de modernizar su estrategia de país para no perder el tren de la innovación. Y con el mantra de afirmar continuamente que tenemos el mejor sistema sanitario público del mundo se ha ocultado el recorte que poco a poco se le ha ido causando desde comienzos de siglo a nuestro sistema de salud. Desde hace lustros se está alertando, con informes muy fiables, sobre la falta de médicos y enfermeros para atender las necesidades presentes y futuras. Más aún por el elevado porcentaje de ancianos en la pirámide demográfica española, y por el éxodo de muchos miles de sanitarios para irse a trabajar a países donde las profesiones sanitarias están mejor remuneradas. La precarización de la sanidad española, en recursos humanos y en medios materiales, ya era evidente antes de que irrumpiera esta crisis excepcional. Muchos somos quienes hemos escrito artículos denunciando la temeraria pasividad política a nivel nacional y autonómico. La gran calidad del modelo formativo español en las facultades y escuelas de medicina y enfermería, y el sentido de la responsabilidad de buena parte de sus profesionales, es lo que ha tapado los agujeros y la atonía.

En este fin de semana de máxima necesidad de disciplinarse y a la vez de reforzar el apoyo al prójimo, piense en esta diferencia de criterio, tan desdichada. El 30 de enero se repatrió a españoles que residían en Wuhan, la confinada ciudad china de 11 millones de habitantes, y se preparó para ellos un aislamiento de 14 días de cuarentena en un hospital de Madrid. Un acierto. Sin embargo, pese a que desde que el 22 de febrero el Gobierno italiano comenzó a bloquear municipios de Lombardía, al estar perdiendo el control sobre la prevención del contagio, durante dos semanas prosiguió sin chequeos ni restricciones el muy abundante tráfico de pasajeros entre Italia y España, y viceversa. Al 'peligro amarillo' se le aplicó correctamente un protocolo de seguridad. Al 'peligro azzurro' se le mantuvo abierta la puerta de par en par. Funesto exceso de confianza porque la amenaza procedía de nuestro primo hermano europeo, no de China. La hecatombe del coronavirus erradicará en muchas mentes el complejo de superioridad del eurocentrismo respecto al nivel de la población de países emergentes en otros continentes. Demasiados españoles están expuestos durante los próximos 15 días al riesgo de no sobrevivir al colapso.